Capítulo 52

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- ¿Ha pasado algo? - le preguntó Lucía al acercarse.

- Nada de importancia. Pero te daré un consejo: rompe la maldición. Alejandro es un tesoro-

Lucía la miró aún más ceñuda mientras Soledad se alejaba hacia su Jeep. Confundida, abrió la puerta para entrar en casa.

- ¿Alejandro? - lo llamó.

- Estoy en la habitación-

Lucía subió las escaleras. Lo encontró tumbado sobre la cama en una postura mucho más que deliciosa, con la cabeza apoyada en una mano. Había una rosa roja delante de él. Estaba increíblemente seductor y maravilloso con aquellos hoyuelos y esa luz en sus celestiales ojos, que en esos momentos eran decididamente perversos.

- Tienes toda la apariencia del gato que se ha comido al canario - le dijo en voz baja

- ¿Qué han estado haciendo Soledad y tú hoy?-

- Nada-

- Nada - repitió ella, escéptica

¿Y por qué no se lo creía?. Porque Alejandro tenía la apariencia de un niño que acaba de hacer una travesura. Su mirada bajo hasta la rosa.

- ¿Es para mí?-

- Sí-

Ella sonrió ante su escueta y cortante respuesta. Dejó caer sus zapatos al lado de la cama y se quitó las medias. Al alzar la vista, captó la mirada de Alejandro que había estirado el cuello para no perderse nada. Él volvió a sonreír. Lucía cogió la rosa y aspiró su dulce aroma.

- Es una sorpresa encantadora - dijo, besándolo en la mejilla - Gracias-

- Me alegra que te guste - susurró, acariciándole el mentón.

Lucía se alejó con renuencia y cruzó la habitación para depositar la rosa sobre la cómoda, y abrir el cajón superior. Se quedó paralizada. Sobre la ropa había un pequeño ejemplar de Peter Pan, adornado con un gran lazo rojo. Boquiabierta, lo cogió y desató el lazo. Al pasar la primera página, su corazón dejó de latir un instante.

- ¡Oh Dios mío!. ¡Es una primera edición, y firmada!-

- ¿Te gusta?-

- ¿Que si me gusta? - le contestó con los ojos humedecidos - ¡Alejandro!-

Se arrojó sobre él y depositó una lluvia de besos sobre su rostro.

- ¡Eres tan maravilloso!. ¡Gracias!-

Y por primera vez, Lucía lo vio avergonzado.

- Esto es... - su voz se desvaneció al mirar hacia el vestidor. La puerta estaba entreabierta y la luz del interior encendida.

No podía haber... Muy lentamente, Lucía se acercó. Abrió la puerta y miró dentro. Los ojos se le llenaron de lágrimas de alegría y la invadió una oleada de calidez. Las estanterías estaban de nuevo llenas de libros. La mano le temblaba mientras acariciaba los lomos de su nueva colección.

- ¿Esto es un sueño? - susurró.

Sintió a Alejandro tras ella. No la estaba tocando, pero podía percibirlo con cada poro, con cada sentido de su cuerpo. No era nada físico pero conseguía que la tierra temblara bajo sus pies. Y la dejaba sin aliento.

- No pudimos encontrarlos todos, especialmente las ediciones de bolsillo, pero Soledad me ha asegurado que hemos conseguido los más importantes-

Una única lágrima descendió por la mejilla de Lucía al ver las copias de los libros de su padre. ¿Cómo los habían podido conseguir?. El corazón le latía con fuerza mientras veía sus títulos favoritos: Los tres Mosqueteros, Beowulf, La Letra Escarlata, El Lobo y la Paloma, Armas de Caballero, Fallen, Amores en Peligro... y seguían y seguían hasta dejarla aturdida.

Abrumada y con una sensación de mareo, dejó que las lágrimas corrieran por su rostro. Se dio la vuelta y se lanzó a los brazos de Alejandro.

- Gracias - sollozó - ¿Cómo...?. ¿Cómo lo has hecho?-

Él se encogió de hombros, y alzó una mano para enjugarle las lágrimas. En ese momento, Lucía se dio cuenta de que algo faltaba en su mano.

- Tu anillo no - murmuró mientras contemplaba la señal blanquecina en el dedo de su mano derecha, donde había llevado el anillo - Dime que no lo has hecho-

- Sólo era un anillo, Lucía-

No, no lo era. Ella recordaba la expresión de su rostro cuando el doctor Lewis quiso comprárselo.

«Jamás» - había dicho él - «No sabe por lo que pasé para conseguirlo».

Pero Lucía sí lo sabía después de haber escuchado las historias de su pasado. Y lo había vendido por ella.

Temblando, se puso de puntillas y lo besó con fiereza. Alejandro se quedó helado al sentir sus labios. Jamás se había entregado a él de aquel modo. Cerró los ojos, hundió las manos en su pelo para dejar que le acariciara los brazos, y gimió ante el asalto de Lucía. La cabeza de Alejandro comenzó a dar vueltas al saborear su boca, al sentir el cuerpo de Lucía pegado al suyo, al ser consciente de la ferocidad de su beso, que nunca antes había experimentado; jamás le habían besado así... Hasta su alma maldita se estremeció. En ese momento, deseó poder permanecer sereno durante más tiempo. No quería vivir otro segundo más separado de Lucía. No podía imaginarse un solo día sin que ella estuviese a su lado. Alejandro notó cómo, poco a poco, perdía el control. La locura lo asaltaba dolorosamente, le atravesaba la cabeza al mismo tiempo que la entrepierna.

¡Todavía no! Gritó su mente. No quería que ese momento terminara. Ahora no. No cuando ella estaba tan cerca. Tan cerca... pero no tenía opción. La separó de la mala gana

- Ya veo que te ha gustado el regalo, ¿no?-Ella se rio

- Por supuesto que me ha gustado. Alejandro, estás loco-

Le pasó los brazos alrededor de la cintura y apoyó la cabeza sobre su pecho. Alejandro se estremeció mientras unas desconocidas emociones hacían vibrar su cuerpo. La envolvió entre sus brazos y sintió cómo sus corazones latían al unísono. Si pudiera, se quedaría así, abrazándola para toda la eternidad. Pero no podía. Retrocedió un paso. Ella lo miró con una ceja alzada. Alejandro borró con una caricia las arrugas de preocupación que se habían formado en la frente de Lucía

- No te estoy rechazando, cariño - le susurró - Lo que ocurre es que no me siento muy bien en este momento-

-¿Es la maldición?- Él asintió

-¿Puedo ayudarte?-

-Dame un minuto para controlarlo-

Lucía se mordió el labio mientras lo observaba acercarse a la cama. Era la única vez que Alejandro no parecía moverse con su habitual elegancia y fluidez. Daba la impresión de que apenas podía respirar, como si tuviese un terrible dolor de estómago. Agarró con tanta fuerza el poste de la cama que los nudillos se le pusieron blancos. El dolor se apoderó de Lucía ante aquella imagen y quiso reconfortarlo. Quería ayudarlo más que nunca. De hecho quería... Lo quería a él. Y punto. Abrió la boca ante el repentino impacto de sus pensamientos. Lo amaba.

Profunda, verdadera y totalmente. Lo amaba. ¿Cómo no iba a amarlo?. Con el corazón enloquecido, Lucía deslizó la mirada sobre los libros del vestidor. Los recuerdos la asaltaron: Alejandro la noche que apareció y se le ofreció; Alejandro haciéndole el amor en la ducha; Alejandro tranquilizándola, haciéndola reír; Alejandro bajando por la trampilla del ascensor para rescatarla; Alejandro tumbado en la cama con la rosa, observándola mientras ella descubría sus regalos. Soledad tenía razón. Era el mayor de los tesoros y no quería dejarlo marchar. Estuvo a punto de decírselo, pero se contuvo. No era el momento. No cuando estaba soportando una tremenda agonía. No cuando era tan vulnerable. Él querría saberlo. ¿O no?.

Lucía consideró las consecuencias de su posible confesión. A Alejandro no le gustaba esta época, estaba claro. Quería irse a casa. Si ella le confesaba cuáles eran sus sentimientos, él se quedaría por esa razón; pero no sería justo, porque casi lo haría por obligación. Quizás algún día acabara resentido con ella por haberle negado la posibilidad de regresar al mundo que una vez conoció. A lo que había sido. O peor aún, ¿y si su relación no funcionaba?. Como psicóloga, sabía mejor que nadie los problemas que podían ocasionarse en una pareja, y cómo podían acabar destruyéndola.

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora