Capítulo 31

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- Por favor - le suplicó, incapaz de soportarlo más.

Le apartó los muslos con los codos. Lucía se lo permitió sin protestar. Colocó las manos bajo ella y le elevó las caderas hasta que le pasó las piernas por encima de sus hombros. Los ojos se le abrieron de par en par en el mismo instante en que Alejandro la tomó en la boca.

Lucía enterró las manos en el cabello de él y echó la cabeza hacia atrás, siseando de placer ante las caricias tan íntimas que la lengua de Alejandro le prodigaba. Jamás había experimentado algo así. Una y otra vez, penetrándola con la lengua implacablemente, él la lamía, la atormentaba, hurgaba en su interior hasta dejarla sin aliento, exhausta.

Alejandro cerró los ojos y gruñó cuando probó su sabor. Y disfrutó de la sensación. Los murmullos de placer que escapaban de la garganta de Lucía resonaban en sus oídos. Percibía cómo ella reaccionaba ante cada caricia sensual de su lengua, cuidadosamente ejecutada. De hecho, sentía como le temblaban los muslos y las nalgas, como se estremecían contra sus hombros y sus mejillas. Lucía se retorcía de modo muy erótico en respuesta a sus caricias. Con la respiración entrecortada, Alejandro quiso mostrarle exactamente lo que se había estado perdiendo. Cuando saliera de la habitación esa noche, Lucía no volvería a encogerse de temor ante sus caricias. Ella gimoteó cuando Alejandro movió la mano despacio para introducir el pulgar en su vagina, mientras continuaba lamiéndola.

- ¡Alejandro! - jadeó con un involuntario estremecimiento de su cuerpo.

Él movió el dedo y la lengua aún más rápido, más profundo, aumentando la presión mientras giraba y giraba. Lucía sentía que la cabeza le daba vueltas por el roce de Alejandro en sus muslos, en su sexo. Y, cuando pensaba que ya no podría soportarlo más, alcanzó el clímax de forma tan violenta que echó la cabeza hacia atrás y gritó mientras su cuerpo se convulsionaba por las continuas oleadas de placer. Pero Alejandro no se detuvo, siguió prodigándole caricias hasta que tuvo otro nuevo orgasmo, casi seguido al primero. La tercera vez que le ocurrió pensó que moriría. Débil, y totalmente saciada, sacudía la cabeza a uno y otro lado, sobre la almohada, mientras él continuaba su implacable asalto.

- Alejandro, por favor- le suplicó mientras su cuerpo seguía experimentando continuos espasmos por sus caricias -No puedo más-

Sólo entonces, él se apartó. Lucía se sentía palpitar desde la cabeza hasta los pies, y respiraba entrecortadamente. Jamás había conocido un placer tan intenso. Alejandro trazó una senda de besos desde sus muslos hasta su garganta, y allí se quedó.

- Dime la verdad, Lucía- le dijo al oído - ¿Has sentido algo así antes?.

- No - susurró ella con honestidad; dudaba que muchas mujeres hubiesen conocido algo semejante a lo que ella acababa de experimentar. Quizás no hubiese ninguna - No tenía ni idea de que pudiese ser así-

Con una mirada hambrienta, Alejandro la contempló como si quisiese devorarla. Ella sintió la presión de su erección sobre la cadera y cayó en la cuenta que él no había llegado al orgasmo. Había mantenido su promesa. Con el corazón latiéndole frenético ante el descubrimiento, quiso proporcionarle lo mismo que ella acababa de vivir. O al menos, algo que se le aproximara. Bajando la mano, comenzó a desabrocharle los pantalones. Alejandro le cogió la mano y se la llevó a los labios para besarle la palma con mucha ternura.

- Tu intención es buena, pero no te molestes.

- Alejandro - le dijo en tono de reproche - Sé que es muy doloroso para un hombre si no se...-

- No puedo - insistió él, interrumpiéndola de nuevo.

Lucía lo miró ceñuda.

- ¿Que no puedes qué?-

-Tener un orgasmo-

Lucía abrió la boca, atónita. ¿Estaría diciendo la verdad?. De todos modos, sus ojos tenían una expresión mortalmente seria.

-Es parte de la maldición - le explicó él

-Puedo darte placer, pero si me tocas justo ahora, sólo conseguirás hacerme más daño-

Sufriendo por él, le acarició la mejilla.

- Entonces, ¿por qué...?-

-Porque quería hacerlo-

No lo creía. No. Apartó la mano de su rostro y miró hacia otro lado.

-Querrás decir porque tenías que hacerlo. Por la maldición también, ¿no es cierto?-

Él la cogió por la barbilla y la obligó a mirarle a los ojos.

-No. Estoy luchando contra la maldición, si no fuese así, estaría dentro de ti ahora mismo-

- No lo entiendo-

- Yo tampoco - le confesó mirándola a los ojos, como si buscase en ella la respuesta - Acuéstate conmigo - susurró -Por favor-

Lucía hizo una mueca de dolor ante el sufrimiento que destilaba aquella sencilla petición. Su pobre Alejandro. ¿Qué le habían hecho? ¿Cómo podían hacerle eso a alguien como él?.

Alejandro cogió el libro y se lo dio a Lucía

- Léeme-

Ella abrió el cuento mientras él colocaba las almohadas en el cabecero de la cama. Se estiró en el colchón e hizo que Lucía se tumbara a su lado. Sin decir una sola palabra, tiró de la manta y la rodeó en un tierno gesto con su brazo.

El olor a sándalo la asaltó de nuevo, mientras comenzaba a leerle la historia de Wendy y Peter Pan. Estuvieron así durante una hora

-Me encanta tu voz, tu forma de hablar - le dijo mientras Lucía se detenía para pasar una página, ella sonrió

-Debo decir lo mismo de ti. Tienes la voz más cautivadora que he escuchado jamás-

Alejandro le quitó el libro de las manos y lo dejó sobre la mesita de noche. Lucía alzó la mirada hasta sus ojos. El deseo los hacía más brillantes, y la contemplaba con un anhelo que la dejó sin respiración.

Entonces, para su asombro, la besó suavemente en la punta de la nariz. Alargó el brazo, cogió el mando a distancia y bajó las luces hasta dejar la habitación en penumbra. Lucía no sabía qué decir mientras él se acurrucaba tras ella y la abrazaba por la espalda. Alejandro le apartó el pelo de la cara y apoyó la cabeza en la almohada, al lado de la suya

- Me encanta tu olor - le susurró, abrazándola con fuerza.

-Gracias- respondió ella en un murmullo. No estaba segura, pero le daba la impresión de que Alejandro sonreía. Se acurrucó aún más, acercándose a la calidez de su cuerpo, pero los vaqueros le rasparon las piernas.

- ¿No estás incómodo vestido?. ¿No deberías cambiarte de ropa?-

-No - contestó tranquilamente

-De este modo, sé que mi cucharilla permanecerá alejada de tu...-

-Ni se te ocurra decirlo - dijo con una carcajada

-No te ofendas, pero tu hermano es asqueroso-

-Sabía que había una razón para que me gustaras tanto-

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora