Capítulo 4

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En sus labios cosquilleaba una sonrisa mientras deslizaba los ojos por el cuerpo de aquella mujer. Una abundante melena castaña le caía hasta la mitad de la espalda, y sus ojos tenían un color verde caramelo, con motitas de color plata y verde que brillaban con calidez e inteligencia.

La pálida y suave piel. Era tan adorable como su suave e insinuante voz.

No es que eso importase demasiado. Sin tener en cuenta cuál fuese su apariencia, él estaba allí para servirla sexualmente. Para perderse al saborear aquel cuerpo, y tenía toda la intención de hacer precisamente eso.

- Vamos – le dijo sujetándola por los hombros – Déjame ayudarte.

- Estás desnudo – murmuró Lucia mirándole de arriba abajo, totalmente perpleja, mientras se ponían en pie – Estás muy desnudo-

Él le colocó unos cuantos mechones oscuros tras las orejas.

- Lo sé-

- ¡Estás desnudo!

- Sí, creo que ya lo hemos dejado claro-

- Estás tan contento, y desnudo-

Confundido, Alejandro frunció el ceño.

- ¿Qué?-

Ella miró su erección.

- Estás contento – le dijo con una intencionada mirada – Y estás desnudo-

Así le llamaban entonces en este siglo. Debería recordarlo.

- ¿Y eso te hace sentir incómoda? – le preguntó, asombrado por el hecho de que a una mujer le preocupara su desnudez, cosa que jamás había sucedido anteriormente.

- ¡Bingo!-

- Bueno, conozco un remedio – dijo Alejandro, bajando el timbre de su voz mientras miraba la camiseta de Lucia y los endurecidos pezones que se marcaban a través de la tela. No podía esperar más para ver esos pezones.

Para saborearlos. Se acercó para tocarla. Lucia se alejó un paso con el corazón desbocado. Esto no era real. No podía serlo. Estaba borracha y tenía alucinaciones. O quizás se había golpeado la cabeza con la mesita del sofá y estaba desangrándose, muriéndose poco a poco. ¡Sí, eso era!. Eso tenía sentido. Por lo menos, tenía más sentido que aquel palpitante estremecimiento que hacía que su cuerpo ardiera. Un estremecimiento que le pedía que se lanzara al cuello de aquel tipo. Y de justos era decir que tenía un bonito cuello.

Cuando tengas una fantasía, muchacha, es que definitivamente estás agotada. Seguramente habrás estado trabajando más de la cuenta, y estás empezando a llevarte a casa los sueños de tus pacientes. Alejandro se acercó a ella y le encerró el rostro entre sus fuertes manos. Lucia no podía moverse. Se limitó a dejar que le alzara la cabeza hasta que pudo mirar de frente aquellos penetrantes ojos, que con toda seguridad podrían leerle el alma. La hipnotizaban como los de un mortífero depredador sosegando a su presa.

Lucía se estremeció bajo su abrazo. Y entonces, unos ardientes y exigentes labios cubrieron los suyos. Lucia gimió en respuesta. Había escuchado hablar toda su vida de besos que hacían flaquear las rodillas de las mujeres, pero ésta era la primera vez que le sucedía a ella. ¡Oh! Aquel hombre olía estupendamente, daba gusto tocarle y, además, sabía muchísimo mejor. Por propia iniciativa, sus brazos envolvieron aquellos amplios y fuertes hombros. El calor del pecho del hombre se introdujo en su cuerpo, incitándola con la erótica y sensual promesa de lo que vendría a continuación. Y mientras tanto, él se dedicaba a embelesarla con sus labios con tanta maestría como un vikingo con la intención de arrasarlo todo a su paso. Cada centímetro de su magnífico cuerpo estaba íntimamente pegado al suyo, acariciándola con la intención de despertar todos sus instintos femeninos. ¡Oh Dios! Su presencia la estimulaba como ningún otro hombre lo había hecho jamás. Deslizó la mano por los esculturales músculos de su espalda y suspiró cuando sintió que se movían bajo su mano. Lucia decidió en aquel preciso instante que si era un sueño, definitivamente no quería que sonara el despertador. Ni el teléfono. Ni... Las manos de Alejandro acariciaron su espalda antes de agarrarla por las nalgas y acercar más sus caderas, mientras su lengua seguía danzando en su boca. El aroma a sándalo inundaba sus sentidos. Con el cuerpo derretido, exploró los duros y firmes músculos de su espalda desnuda, mientras los largos mechones de él le rozaban las manos en una erótica caricia. Alejandro sintió que su cabeza daba vueltas con el cálido roce de Lucia, con la sensación de sus brazos envolviéndolo mientras sus propias manos recorrían su suave y pecosa piel, un deleite para el hambriento. Cómo le gustaban los sonidos inarticulados con los que ella provocativamente le respondía. Mmm, estaba deseando oírla gritar de placer. Ver cómo su cabeza caía hacia atrás mientras su cuerpo se convulsionaba espasmo tras espasmo envolviendo su miembro. Hacía muchísimo tiempo que no sentía las caricias de una mujer.

Mucho tiempo desde que no gozaba del más mínimo contacto humano. Sentía un deseo candente que le recorría todo el cuerpo; si ésta fuese su primera vez, devoraría a Lucia como a un trozo de chocolate. La tumbaría y gozaría de ella como un hambriento invitado a un banquete. Pero tenía que esperar a que se acostumbrara un poco a él. Muchos siglos atrás, había aprendido que las mujeres siempre se desvanecían tras su primera unión. Definitivamente, no quería que ésta se desmayara. Al menos todavía. No obstante, no podía esperar un minuto más para poseerla. La tomó en brazos y se encaminó hacia la escalera..

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora