Capítulo 44

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Alejandro las sacó y se arrodilló en el suelo delante de ella, con toda la intención de ayudarla a ponérselas. Sin aliento y totalmente entregada a la seducción, Lucía miró su cabello mientras elevaba una pierna para dejar que él le pasara las braguitas por el pie. Tras sus manos, que deslizaban la seda ascendiendo por su pierna, sus labios dejaban un reguero de besos que la hicieron estremecerse. Para mayor devastación de todos sus sentidos, abrió las manos y las colocó sobre sus muslos con los dedos totalmente extendidos. Y lo que fue aún peor, una vez las braguitas estuvieron colocadas en su sitio, la acarició levemente entre las piernas antes de apartarse. A continuación, sacó el sujetador negro a juego. Como una muñeca sin voluntad propia, dejó que se lo pusiera. Las manos de Alejandro rozaron los pezones, mientras abrochaba el enganche delantero; una vez cerrado, las deslizó bajo el satén y la acarició con deleite, erizándole la piel. Alejandro inclinó la cabeza y capturó sus labios.

Podía sentir el fuego consumiéndolo, exigiéndole que la poseyera. Exigiéndole que aliviara el dolor de su entrepierna aunque fuese por un instante. Lucía gimió cuando él profundizó el beso y se dejó llevar por completo. Alejandro la alzó en brazos para tenderla sobre la cama. De forma instintiva, ella le rodeó la cintura con las piernas y siseó al sentir los duros abdominales presionando sobre su sexo.

Alejandro le pasó las manos por la espalda. La visión de su cuerpo húmedo y desnudo estaba grabada a fuego en su mente. Había llegado a un punto sin retorno cuando un destello de luz cegadora iluminó la habitación. Con los ojos doloridos por el resplandor, Alejandro se separó de ella.

- ¿Has sido tú? - le preguntó ella sin aliento, mirándolo arrobada.

Risueño, Alejandro negó con la cabeza.

- Ojalá pudiera atribuírmelo, pero estoy bastante seguro de que tiene otro origen-

Echó un vistazo a la habitación y sus ojos se detuvieron sobre la cama. Parpadeó. No podía ser...

- ¿Qué es eso? - preguntó Lucía, girándose para mirar la cama.

- Es mi escudo - contestó Alejandro, incapaz de creerlo.

Hacía siglos que no veía su escudo. Atónito, lo contempló fijamente. Estaba en el mismo centro de la cama y emitía débiles destellos bajo la luz. Conocía cada muesca y arañazo que había en él; recordaba cada uno de los golpes que los habían producido. Temeroso de estar soñando, alargó el brazo para tocar el relieve en bronce de Atenea y su búho.

- ¿Y tu espada también?-

Alejandro le agarró la mano antes de que pudiera tocarla.

-Ésa es la Espada de Cronos. No la toques jamás. Si alguien que no lleva su sangre la toca, su piel quedará marcada para siempre con una terrible quemadura-

- ¿En serio? - preguntó, bajándose de la cama para alejarse de la espada.

- En serio-

Linda miró a la cama con el ceño fruncido.

- ¿Qué hacen aquí?-

- No lo sé-

- ¿Y quién los envía?-

- No lo sé-

- Pues no me estás ayudando mucho-

Alejandro no pareció captar su sarcasmo. En lugar de darse por aludido, Lucía lo observó contemplar su escudo. Pasaba la mano sobre él como un padre que mira con adoración a un hijo largo tiempo perdido. Cogió su espada y la depositó en el suelo, debajo de la cama.

- No olvides que está aquí - le dijo muy serio - Ten mucho cuidado de no tocarla-

Su expresión se volvió más ceñuda al incorporarse. Miró de nuevo el escudo.

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora