Capítulo 3

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- Vale, vale. Llegaré enseguida. ¿Estás seguro de que te encuentras bien? Vale, te quiero. Voy de camino... no hagas nada hasta que yo llegue-

Lucia sintió un horrible nudo en el estómago. Una y otra vez, volvía a ver al policía en la puerta de su dormitorio, y a escuchar su desapasionada voz: Siento mucho informarle...

- ¿Qué pasa? – preguntó Lucia

-Daniel se ha caído jugando a baloncesto y se ha roto un brazo-

Lucía dejó escapar el aliento más tranquila. Gracias Señor, no ha sido un accidente de coche.

- ¿Se encuentra bien?

–Dice que sí. Sus amigos le llevaron a un médico de guardia que le hizo una radiografía antes de que se marcharan. Me dijo que no me preocupara, pero creo que es mejor que vuelva a casa-

- ¿Quieres que te lleve en mi coche?

Sol negó con la cabeza.

- No, has tomado demasiado vino; yo he bebido menos. Además, estoy segura de que no es nada serio. Pero ya sabes lo aprensiva que soy. Quédate aquí y disfruta de lo que queda de película. Te llamaré mañana por la mañana.

- Vale. Avísame si es grave-

Soledad cogió el bolso y sacó las llaves. Se detuvo a mitad de camino y le alargó el libro a Lucia

- ¡Qué demonios! Quédatelo. Supongo que en los próximos días te ayudará a reírte a carcajadas cada vez que te acuerdes de lo idiota que soy-

- No eres idiota. Simplemente, un poco excéntrica-

- Eso es lo que decían de Mary Todd. Hasta que la encerrarona

Lucia cogió el libro, riéndose a carcajadas, y observó como Sol caminaba hacia su coche.

- Ten cuidado – gritó desde la puerta – Y gracias por el regalo, y por lo que esté por venir-

Sol le dijo adiós con la mano antes de subirse a su Jeep Cherokee de color rojo brillante y alejarse.

Con un suspiro de cansancio, Lucía cerró la puerta, echó el pestillo y arrojó el libro al sofá.

- No te vayas a ningún lado, esclavo sexual-

Lucia se rio de su propia estupidez. ¿Acabaría alguna vez Soledad con todas aquellas majaderías?

Apagó el televisor y llevó los platos sucios al fregadero. Mientras lavaba las copas, vio un repentino fogonazo.

Durante un segundo, pensó que se trataba de un relámpago. Hasta que se dio cuenta de que había sido dentro de la casa.

- ¿Qué dem...?

Soltó la copa y fue hacia la salita de estar. Al principio no vio nada. Pero según se acercaba a la puerta, percibió una presencia extraña. Algo que le puso la piel de gallina. Entró en la estancia con mucho cuidado y vio una figura alta, de pie delante del sofá. Era un hombre. Un hombre muy apuesto. ¡Un hombre desnudo!

Lucía hizo lo que cualquier mujer que se encuentra a un hombre desnudo en su salita de estar hubiese hecho: gritar. Y después, salir corriendo hacia la puerta. Sólo que se olvidó de los cojines que habían amontonado en el suelo y que aún estaban allí. Se tropezó con unos cuantos y cayó de bruces. ¡No! Gritó mentalmente mientras aterrizaba de forma poco elegante y dolorosa. Tenía que hacer algo para protegerse. Temblando de pánico, se abrió paso entre los cojines mientras buscaba un arma. Al sentir algo duro bajo la mano lo cogió, pero resultó ser una de sus zapatillas rosas con forma de conejo.

- ¡Joder! – Por el rabillo del ojo vio la botella de vino. Rodó hacia ella y la cogió; entonces se giró para enfrentar al intruso. Más rápido de lo que ella hubiese podido esperar, el hombre cerró sus cálidos dedos alrededor de su muñeca y la inmovilizó con mucho cuidado.

- ¿Te has hecho daño? – Le preguntó.

¡Santo Dios!, su voz era profundamente masculina y tenía un melodioso y marcado acento que sólo podía describirse como musical. Erótico. Y francamente estimulante. Con todos los sentidos embotados, Lucia miró hacia arriba y... Bueno... Para ser honestos, sólo vio una cosa. Y lo que vio hizo que las mejillas le ardieran. Después de todo, cómo no iba a verlo si estaba al alcance de su mano. Y además, con semejante tamaño.

Al momento, el tipo se arrodilló a su lado, con mucha ternura le apartó el pelo de los ojos y pasó las manos por su cabeza en busca de una posible herida.

Lucia se recreó con la visión de su pecho. Incapaz de moverse ni de mirar otra cosa que no fuese aquella increíble piel, sintió la urgencia de gemir ante la intensa sensación que los dedos de aquel tipo le estaban provocando en el pelo. Le ardía todo el cuerpo.

- ¿Te has golpeado la cabeza? – le preguntó él.

De nuevo, ese magnífico y extraño acento que reverberaba a través de su cuerpo, como una caricia cálida y relajante. Lucia miró con mucha atención aquella extensión de piel, que parecía pedirle a gritos a su mano que la tocara. ¡El tipo prácticamente resplandecía!. Fascinada, deseó verle el rostro y comprobar por sí misma que era tan increíble como el resto de su cuerpo. Cuando alzó la mirada más allá de los esculturales músculos de sus hombros, se quedó con la boca abierta. Y la botella de vino se deslizó entre sus adormecidos dedos. ¡Era él!. ¡No!, no podía ser.

Esto no podía estar sucediéndole a ella, y él no podía estar desnudo en su sala de estar con las manos enterradas en su pelo. Este tipo de cosas no pasaban en la vida real. Especialmente a las personas equilibradas como ella. Pero aun así...

- ¿Alejandro? – preguntó sin aliento.

Tenía la poderosa y definida constitución de un gimnasta. Sus músculos eran duros, prominentes y magníficos, y muy bien definidos; tenía músculos hasta en lugares donde ni siquiera sabía que se podían tener. En los hombros, los bíceps, en los antebrazos; en el pecho, en la espalda. Y del cuello hasta las piernas. Cualquier músculo que se le antojara, se abultaba con una fuerza ruda y totalmente masculina.

Hasta aquello había comenzado a abultarse. El pelo le caía a la buena de Dios, y le enmarcaba un rostro sin rastro de barba, que parecía haber sido esculpido en granito. Increíblemente guapo y cautivador, sus rasgos no resultaban femeninos ni delicados. Pero definitivamente, robaban el aliento. Los sensuales labios se curvaban en una leve sonrisa que dejaba a la vista un par de hoyuelos con forma de media luna, en cada una de sus bronceadas mejillas. Y sus ojos. ¡Dios mío!. Tenían el color de un perfecto día de verano. Resultaban abrasadores de tan intensos, y reflejaban inteligencia. Lucia tenía la sensación de que aquellos ojos podían realmente resultar letales. O al menos, devastadores. Y ella se sentía realmente devastada en esos momentos. Cautivada por un hombre demasiado perfecto para ser real. Vacilante, extendió la mano para colocarla sobre su brazo. Se sorprendió mucho cuando no se evaporó, demostrando que no era una alucinación etílica.

No, ese brazo era real. Real, duro, y cálido. Bajo aquella piel que su mano tocaba, un poderoso músculo se flexionó, y el movimiento hizo que su corazón comenzara a martillearle con fuerza. Atónita, no podía hacer otra cosa que mirarlo

Alejandro alzó una ceja, intrigado. Nunca antes una mujer había salido huyendo de él. Ni lo había dejado de lado después de haberlo invocado. Todas las demás habían esperado ansiosas a que él tomara forma y se habían lanzado directamente a sus brazos, exigiéndole que las complaciera.

Pero ésta no... Era distinta.

The god of sex 🔥  [Adaptación LUCIALEX]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora