—Dam..., dam..., dam... —gruñía en los pasillos, buscando aquella sangre deliciosa que no había tenido la oportunidad de saborear desde el momento uno en que la descubrió. Había ingresado a este enorme barco contra las reglas de la sociedad de los chupasangres, buscando ese néctar de primera fuente que se le negaba por su salvaje naturaleza.
Se había cansado de obtener su elixir a través de bolsas de transfusiones humanas, deseaba más y mucho más. Más pecado. Más gritos. Más muertes. Entonces..., fue que la vio. Una joven y virginal ninfa, tan inocente a su vista y puro de presencia. Podía olfatear a kilómetros que nadie la había tocado, ni bebido de ella. Por ello, el deseaba con desespero ser el primero en tomarla. Podía imaginarse los gritos de la chica, siendo penetrada una y otra vez por su cuerpo y sus colmillos, mientras sufría agudamente por lo brutal de ese ritual de alimentación. Destruirla y ver como poco a poco iba desmoronándose frente suyo, muriendo en sus manos por la perdida de sangre..., era algo que disfrutaría y excitaría al máximo del infierno.
Lo que no esperaba, era que otro de su especie se encontraba vigilándola. Justo en el momento en que se había acercado a la joven azabache, un mestizo que ni siquiera mostraba signos de pureza y necesidad sanguínea al igual que él se le cruzo en su camino, evitando que se acercara y llevara a la chica a un lugar oscuro donde nadie volviera a encontrarla con vida. Ese oji verde o en realidad esa bestia de color rojo y mechones dorados similares al cáliz de fuego que portaba el gran Arthur Pendragon. Se notaba a leguas que había entendido sus acciones con la chica, por ello se posiciono tras ella, evitando que su mano llegara a tocarla. Las miradas chocaron con odio y asco, queriendo ver al otro morir entre sus manos. Adrien por notar esa sed de sangre hacia Marinette y el cazador, por estropearle el consumo de su inocente presa. Un venandi nunca se quedaba con las ganas y por ello eran controlados por las reglas de infierno, pero... a ellos no les interesaba tales reglas si aquello les prohibía consumir y satisfacerse con aquel elixir vital para gente muerta en vida como lo eran.
La venganza contra aquel mestizo seria dulce y deliciosa a la vez, por ello comenzó con todos los humanos que estaban en este barco, buscando uno tras uno el cuerpo de la azabache. Lo que fue como la gloria misma, similar al apoyo del mismo infierno teñido carmesí..., la encontró. Cuando justo se encontraba deambulando en uno de los pasillos, vio a la ninfa peleando contra uno de los que el mismo creo, pero lo que nunca imagino fue que aquel mestizo fuera en su rescate, obligándose a si mismo ser mordido para proteger a la chica. Nunca se imagino que un chupasangre protegería a una humana, pero al notar aquel asqueroso brillo en las esmeraldas de ese bastardo, comprendió las razones de su protección.
Aquel asqueroso mestizo se había inclinado a la chica. Lo cual no le gusto para nada al venandi. Se supone que esa deliciosa y pura azabache que aun no era profanada por su especie era suya. No de ese bastardo que se notaba a lunas que la deseaba con su cuerpo y alma. ¿Proteger a una humana a costa de tu salud? ¿a costa de tu regeneración?, tonterías. Eran múltiples tonterías y pecados que estaba cometiendo, incluso peor que las que iba a cometer al beber de ella. Un mestizo no puede inclinarse hacia una humana, menos crear un vinculo con ella que terminaría en desgracia. Si la chica se había inclinado al chico o enamorado en termino de los asquerosos humanos, significaba la muerte prematura de la mujer.
Debía hacer su cometido, antes de que ese jodido mestizo profanara tan pura armonía antes que el mismo lo hiciera. Encontrar la solución a su drama era su tarea máxima, y lo bueno de ello, es que sabia perfectamente donde ambos se escondían. Mientras deseaba que aquella mordida en el cuello del bastardo lo matara lentamente, dejando sola e indefensa a la joven.
Marinette Dupain-Cheng era su ciervo..., y era su tarea ser consumida por sus colmillos.
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Recul ||Adrinette +18||
FanfictionUn viaje universitario, junto tus amados y mejores amigos, y el chico misterioso del salón... ¿Qué podría salir mal? Eso era lo que creía Marinette, hasta que todo a su alrededor empezó a teñirse de un color carmesí sin comprender como empezó a romp...