19. ||Había una vez un muchacho||

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Pasaron dos días y aun Adrien no era capaz de hallar una salida. Se encontraba en medio de una enorme y compleja tormenta, y no estaba hablando en un sentido figurado o al menos no de cierta manera. El crucero choco contra una enorme tormenta en medio del mar, y este no dejaba de mecerse con brutalidad sobre el océano. Adrien le preocupaban muchas cosas y una de ellas, era la muchacha que se retorcía de dolor sobre su cama.

El dolor comenzó al segundo de abrir sus ojos hacía un nuevo mañana. La noche pasada, Marinette se encontraba en perfectas condiciones. Volvieron hacer el amor, hablar de la vida y como deseaban caminar por un futuro tomados de la manos a pesar de las condiciones a las cuales sus almas estaban lamentablemente aferradas. Pero no era de esperarse que, al abrir sus ojos, se hallara a Marinette con altas temperaturas y con la respiración pesada. Se notaba que dolía, más cuando aferraba su mano a la zona izquierda de su pecho. Justo donde se ubicaba su delicado corazón.

Su piel estaba vestida de una capa tenue de sudor y a la vez visible ante las esmeraldas del rubio. El flequillo se le pegaba como una segunda piel sobre la frente, mientras que sus mejillas eran cubiertas por un sonrojado color. Marinette botaba toda el agua que tragaba su cuerpo a través de esas grandes gotas de sudor. El pijama que vestía era el tercero que el rubio le ayudaba a ponerse debido a lo húmedo de la tela. A Adrien le aterraba la idea de que si la ropa húmeda que usaba Marinette empeoraría su condición. No era médico, ni siquiera estaba al tanto de un buen conocimiento en el área de medicina, pero entendía bien que la situación no era favorable.

Volvió al baño en busca de hundir el paño improvisado con la sabana que cubría una de las almohadas de la habitación, el cual usaba para limpiar el sudor que caía de la piel de la joven tendida a medias inconsciente y con la positividad de que un paño frio ayudaría a bajar la fiebre.

Sus esmeraldas no perdieron detalle del paño ahogándose bajo el fuerte rio de agua que caía del grifo, pensando en que más hacer para terminar con el dolor de su amada de una vez por todas.

—La fiebre no baja... —susurro con decaimiento, recordando el latido desequilibrado que presentaba el corazón de Marinette en el instante en que apoyo su oído en su pecho—. Esto no es normal.

«Es esperable... Su condición hace que presente estos síntomas»

¿Qué es lo que se supone que debía hacer? Era lo que más se preguntaba Adrien en esos instantes, mientras su amada se retorcía del dolor no placentero que le entregaba ese musculo cardiaco escondido tras la piel de su pecho.

Volvió a centrar sus esmeraldas en el rostro de la ojiazul, buscando alguna señal de sanidad, pero era inútil. Marinette solo le enseñaba lo muy adolorida que estaba. Más cuando los quejidos escapaban como gritos de miseria de esas secos labios deshidratados por la sudadera que se había pegado. Los dedos delgados de Adrien viajaron a la frente de la muchacha, moviendo los mechones húmedos que se apegaban a la piel.

—Princesa... Por favor dime... —alejo la punta de sus dedos, apretando la mano en un puño lleno de frustración y angustia al no saber como ayudar apaciguar ese dolor—. ¿Qué es lo que debo hacer?

Noto como Marinette quien aún se hallaba con sus ojos fuertemente cerrados, le buscaba con su mano. Al ver tal gesto de necesidad, Adrien no tardo en tomar su mano, apretándola en son de apoyo y con la intención de transmitir esa energía e inmortalidad que por su propio lamento estaba atado a ella.

—Mierda... —gruño al besar la mano temblorosa de la azabache—. Soy un maldito inútil.

—N-no lo e-eres... —Marinette susurraba entre los delirios de la fiebre, pero eso no le quitaba a Adrien creer que lo decía a toda conciencia—. A-Adrien es... E-es quien... Me ha salvado siempre.

Recul ||Adrinette +18||Donde viven las historias. Descúbrelo ahora