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Aquel hombre de cabello azabache caminaba con las manos metidas en los bolsillos de su pantalón, mientras trataba de pasar desapercibido, agachando la cabeza con sutileza para que el sombrero le cubriese la mayor parte de su cara.

Le daba pena estar en ese sitio, en su país de origen, deambulando en aquellas calles donde se crió. Pues donde antes fue reconocido como un hombre innovador, de negocios, de ideas, ahora era un hombre en el olvido, recordado como aquel que dejó que su compañía cayera en el abismo.

Franco Rojas, el tío de Eirian, pasaba por el parque observando cada lugar. La fuente donde jugaba cuando era niño ya no estaba, otra estructura había tomado su lugar, era un juego de simulación publica, que consistía en introducirse en una cápsula que transportaría al individuo a uno de sus sitios más anhelados, un «sueño virtual», así le llamaban.

Todo en esa época ya era diferente, tecnología, inteligencia y a Franco le asustaba. Pues había algo que predominaba en ese ambiente: la realidad virtual. Algunas compañías aplicaban dicho término en sus aparatos de una forma leve, unos tal vez más fuerte. Él había revolucionado ese concepto. Pero también, él mismo se hacia la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué insistir en estar en otra realidad, cuando la propia es la más maravillosa?

El hombre miraba a su alrededor, y sí, todos estaban perdidos en su móvil, en su mundo, otros perdidos en su chip mental musical, no ponían atención a las pequeñas cosas que la vida les ofrecía: el árbol en un rincón que sacaba a relucir hermosas flores moradas, el pequeño perro que esperaba que su dueño jugara con él, pero el mismo humano no se molestaba en ponerle atención, pues en su móvil había algo de más interés, más que el cielo, las aves, el viento.

El ser humano se había vuelto esclavo de su creación.

Franco tuvo que aprender a la mala que no había mejor tiempo que el presente, que no había mejor momento que ese instante, que no había mejor realidad que esa, que vida solo había una y que debía vivirla al máximo. Pero, ¿cómo hacerles saber eso a aquellas personas quienes su vida era la tecnología y la realidad en otros planos?

Había salido del hospital ya cansado, pues, mantener las visitas, aunque le era agotador, no quería dejar a Samanta, su cuñada, sola en el proceso. Además de que, para él, algo no cuadraba del todo. No le daban detalles de su situación, pues los doctores eran muy generales respecto a la causa de su desvanecimiento. Al inicio pensó que, como todos los doctores, querían estar seguros de sus especulaciones, pero pasaban los días y los doctores le evadían, pero ¿Por qué?

Franco se sentó en una banca de cristal templado cercana y perdió su mirada en el tejado de aquellas casas, no muy lejanas del parque, no quería pensar, quería mantenerse con la mente en blanco. Pero las imágenes de aquella boda de su hermano, llegaron a su cabeza. 

Ambos se veían muy enamorados, Pablo era alguien muy tranquilo y amigable, aunque algo terco cuando se trataba de sus ideales, y Samanta era casi igual, solo que ella era extrovertida, amaba la libertad y la diversión, ambos se complementaban de cierto modo.

Mientras los recuerdos de aquel amor se dibujaban en su mente, una voz desagradable llegó a su oído, haciéndole regresar a la realidad y tal vez, hasta recordándole su peor pesadilla:

—Cuánto tiempo, viejo amigo.

Néstor, quien se encontraba a unos cuantos metros de donde estaba sentado Franco, caminó hacia este último como si el pasado no hubiera sido de la mayor relevancia para él.

Franco sentía que se le revolvía el estómago al verle acercarse, aun así, si en algo era bueno el tío de Eirian, sin duda era en el arte de la frialdad, era un experto en ocultar sus emociones, aunque fuesen las más desagradables.

OAXO "¿TE ATREVES A JUGARLO?" [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora