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La duda invadía a Franco.

Desde que había visto aquel comercial en el restaurante y vio jugar esa cosa a su sobrino, se encontraba muy intranquilo. No sabía si tenía que intervenir o quedarse al margen, porque, al final de cuentas, fue él quien le dio el arma mortal a ese monstruo y no tenía ni idea de cómo detenerlo. Hace mucho que se había retirado de todo lo relacionado a la tecnología y a toda industria relacionada, no le importaba que le llamasen anticuado, quería vivir, sentir lo que era su realidad y no andar soñando cosas que no existían.

Ya se había retirado, se había ido a España y había iniciado una nueva vida, lejos de todo el caos que había provocado Luder en su vida, pero su conciencia no dejaba de intervenir: Muchas personas morirían si Néstor seguía con aquello que tuviera en mente, pero no quería echar a la borda la poca paz que había conseguido en tanto tiempo. No sabía.

Tocó el timbre con cierta indecisión.

La puerta blanca de la casa, se abrió para dejar al descubierto una mujer de cabellos oscuros el cual le llegaba hasta los hombros, piel pálida y ojos color avellana. En tiempos de antaño, aquellos ojos miraban a Franco con admiración, pero en ese momento, casi personificaban el odio.

—Hola. —Franco Tragó saliva—. ¿Está Nicolás?

Los ojos avellana analizaron de pies a cabeza a Franco, al parecer no le agradaba la idea de dejar a aquel hombre entrar a su casa.

—¿Miriam?

—No me hables —impuso la mujer, con su característico tonó de voz golpeado.

—Nicolás dijo que...

Franco sintió un nudo en la garganta. No lograba procesar las palabras.

—Lo sé. Ahórrate tus explicaciones.

Miriam se acercó a abrir aquel enorme portón de cristal brindado.

—Gracias—agradeció Franco, una vez que las dos puertas de cristal se abrieron.

Franco no recibió respuesta, más que aquella mirada de repudio.

—Está en el laboratorio —aclaró la Miriam, una vez estando adentro del hogar.

Franco asintió ante tal aclaración. No era necesario que le dijera donde se ubicaba dicho laboratorio. Aunque, claro, la casa ya había cambiado mucho. A comparación de años atrás, donde solo había cuatro habitaciones y en muy malas condiciones. La casa ya era muy amplia, el jardín tan colorido que Miriam había deseado cuando era joven, ya se encontraba enfrente, la cocina de granito se lograba ver desde donde se ubicaba Franco, los pasillos eran amplios y iluminados por el techo de cristal que los adornaba, las paredes color carne y aquel piso de madera que, en ese momento, era tan costoso debido a la demanda de árboles.

—Veo que les ha ido bien —comentó Franco, mientras miraba de reojo a Miriam.

Miriam se cruzó de brazos.

—¿No dicen? Obra bien y te ira bien...Obra mal y...terminaras mal.

Franco sintió la pesadez de la mirada.

—Entendí la indirecta, muy directa. —Franco se encogió de hombros.

—Vete al infierno.

Miriam lo dejó a medio pasillo, mientras ella se dirigía a la cocina a ser su quehacer.

Franco respiró hondo y siguió el camino que, según él, daba hacia el laboratorio.

En el camino, se encontró con una que otra fotografía, una donde estaba Nicolás recibiendo sus dos títulos el mismo día: Ingeniería en Programación de Videojuegos y Medicina.

OAXO "¿TE ATREVES A JUGARLO?" [Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora