24. Mi príncipe, mi amor

331 14 78
                                    

La noticia de que había nacido el bebé y estaba bien y sano recorrió el castillo como reguero de pólvora, nadie se había atrevido a dormir debido a la emoción. Luna anotó que el nacimiento había sido a las 2:07 de la madrugada, mientras que los datos del peso y medidas quedarían para la mañana siguiente. Los amigos de Kohaku morían por conocer al pequeño, que ya Yuzuriha les había dicho cómo se veía y todo lo que había sucedido. Se morían de ganas de conocerlo, pero tenían que contenerse y dejarla descansar a la exhausta Kohaku, además de darles esos primeros momentos de privacidad a los nuevos padres. La noche no iba a pasar lo suficientemente rápido para ellos, pero de igual forma intentaron irse a dormir, a pesar de que la emoción los había desvelado.

En la sala médica, apenas le habían dado nombre al bebé, Kohaku se abrió la bata de tela que vestía para apoyar luego al pequeño de frente contra su cuerpo, piel con piel, dejando la manta en que Yuzuriha lo había envuelto para cubrirlos a ambos y mantenerlos calentitos. Le habían dicho que era muy importante que al menos esa primera hora luego del nacimiento fuera así, natural y en contacto, para profundizar el vínculo madre-hijo, además de ayudar al bebé a subir su temperatura corporal. Además, era la forma ideal de alimentarlo por primera vez, que él se acercara instintivamente a buscar el pecho cuando tuviera hambre. Kohaku, Stan y Xeno estaban en completo silencio, hipnotizados con ver al pequeño en cada minúsculo movimiento, y oír sus sonidos de respiración y gorjeos. Los estadounidenses se habían sentado en una silla, uno a cada lado.

Neal estaba despierto y activo, sus ojos aguamarina abiertos, aunque no parecía enfocar su mirada en nada en particular. Movía torpemente sus brazos y manos hacia delante, apoyándose en la piel de su madre, y a la vez se empujaba con sus piecitos sobre el abdomen de ella, lo cual lo hacía subir poco a poco, arrastrándose. Kohaku estaba maravillada de la fragilidad y a la vez la fuerza de su bebé, y no pudo evitar soltar un sollozo de emoción al pensar en aquello, ver a su más que pequeño guerrero esforzarse por moverse, apenas podía contenerse de llevarlo ella misma a su pecho, pero quería hacer caso a la recomendación de que él lo hiciera por su cuenta. Stan tenía una expresión en el rostro que podría haber sido malinterpretada por cualquiera, de tan tensa que tenía la mandíbula, y los labios apretados en una fina línea, con el entrecejo fruncido, luchando contra el parpadeo natural de sus ojos que le ardían. Xeno, que estaba manejando con más calma la emoción y la fascinación, miró de reojo a los demás, y bromeó a costa de su amigo al notar su tensión.

- Stan, la vena de tu frente va a reventar. Puedes llorar, sabes, no tienes que hacerte el fuerte.

- No puedo -Murmuró con la voz forzada, al fin despegando sus labios, pero sin quitar sus ojos del bebé- Porque entonces no podría verlo bien.

Ante esa respuesta, Kohaku soltó un gemido mezclado con una suave risa de comprensión, y estiró la mano que no sostenía al bebé para tomar la del soldado, en un gesto tierno.

- Créeme que tendrás mucho tiempo de ahora en más para verlo.

- Pero no se repetirá este momento de ahora.

Xeno amplió su sonrisa y se calló, volviendo su vista al recién nacido. Había avanzado un poco más, y Kohaku había vuelto a acercar su mano a él, para acariciar la minúscula y bien definida manito, jadeando de sorpresa cuando Neal se aferró a su dedo con más fuerza de la imaginable, una verdadera garra, no la pensaba dejar ir.

- No, no te voy a soltar nunca, hijo mío -Murmuró con emoción, una lágrima silenciosa resbalando por su rostro.

Estaba terriblemente agotada por el largo y doloroso parto, y a la vez sentía una energía renovada que fluía por su cuerpo, no dudaba que no podría cerrar los ojos en las próximas horas, aunque quisiera o lo necesitara. Pero sólo con mirar a su bebé, parecía olvidarse de todo alrededor, no existía ni el cansancio ni nada que fuera enfocar todos sus sentidos en la pequeña vida encima de ella. Entendía la lucha interna de Stan de no ceder a las lágrimas, estaba maldiciendo por dentro el ver tan borroso los primeros movimientos de su hijo, y se esforzó por contenerlas cuando varios minutos después, Neal subió lo suficiente para apoyar una manita en su pecho izquierdo, y sus ojos se posaban sobre los de ella, identificando a su madre. Tomó unos minutos más que su cara lo alcance, y movió erráticamente su cabecita, comenzando a apoyar sus mínimos y cincelados labios sobre la piel, abriendo la boca y asomando su lengua para comenzar a buscar el ansiado pezón que lo alimentaría por primera vez.

CautivosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora