❄️ Noche complicada ❄️

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Kirian

La noche tomó lugar en Kodiak más rápido de lo que pensé. La oscuridad inunda cada rincón de este pueblo, dejando sombras enormes bajo la escasa luz que dan los faroles de gas que hay en las esquinas de cada cuadra.

El rocío también se abrió paso entre el paisaje, mediante la noche iba acechando las casas, se podía ver a simple vista. Notaba como el agua caía en micro gotas en todos lados, como el asfalto se mojaba y como los árboles largaba su tranquilizador olor a pino mojado.

Octubre estaba a punto de terminar y por lo que me han dicho, este era el único mes en donde rocío caía como lloviznas en todos lados, casi pareciendo una lluvia normal. Cantidad inusual de ella se esparce por cada rincón sin protección para mojar, bañando con un néctar frío, lavando la suciedad de los objetivos y de las personas.

En cierto punto, se me llega a olvidar que estamos en un pueblo en dónde el invierno es eterno. Día y noche, mañana y tarde, el frío siempre corre entre nosotros. El sol dura la mitad del tiempo en el que está la Luna arriba de nuestras cabezas, el viento siempre es fuerte, casi como ventiscas bruscas y dolorosas.

Aquí abunda la oscuridad, los rayos del sol escasean, hay días que las nubes tapan por completo la luz natural que otorga la bola gigante de fuego, nos deja en penumbra por días, incluso meses.
También escuché a Alicia comentar por teléfono que los meses más difíciles estaban por llegar.

“La Trinidad roja está a la vuelta de la esquina…” le oí mencionar una noche que pasé en vela, la voz de ella cargaba una preocupación absoluta, casi podía sentir como su campanilla temblaba con cada palabra que su boca soltaba.

La supuesta Trinidad Roja eran los meses más fríos, creí yo en ese momento. Noviembre, diciembre y enero cargaban con ese inusual nombre.

Olvidándome de ese absurdo tema, relajo mi cuerpo bajo el cómodo sillón de color marrón, sintiendo el cálido tacto de la tela gruesa que lo cubre. Miro al cielo por la ventana, acechando a la nada, buscando algún ser humano lo suficientemente loco como para estar fuera de su acalorada casa para entrar entre el rocío y los leves copos de nieve que caen en silencio. Pero no, no hay nadie.

Relamo mis labios mirando a la oscuridad, siento un gusto amargo en mi saliva, la garganta seca y mis ojos perdidos. Sé que algo anda mal, lo estoy sintiendo en mis entrañas, este extraño malestar extermina mi calma y se expande por cada rincón de mi ser.

¿Acaso sucede algo y mi cuerpo me lo advierte? ¿Algo relacionado con Marck? ¿Por qué siempre está en mi mente?

«Basta, basta, deja de estarlo, es molesto y reconfortante en partes iguales. Maldito Marck Jensen».

Sacudo mi cabeza dos veces para expresar mis pensamientos, negándome ante la idea de creer que, otra vez, Marck podría correr peligro.

—Hoy estás algo pensativo—dice con voz pesada, mirándome desde el umbral de la puerta de la sala—. Eso no es muy normal para ti, Kirian.

—Me conoces hace casi un mes, ¿cómo puedes decir lo que es normal o no en mí?

Vuelvo mi vista hacia la ventana, aun mirando la nada de las calles. Notando como las gotas del rocío caen con lentitud, como las nubes se mueven con velocidad debido al viento helado de afuera.

Pero ella sigue allí, parada en el umbral. Puedo sentir sus pesados ojos en mi dirección, apenas si hemos hablado desde que me contó la verdad acerca de Aarón.

Algo cambió entre nosotros, algo que pienso que no debió cambiar, pero no hay marcha atrás. Ella me dijo casi todo, aunque puso sus condiciones y quiera o no debo de cumplirlas.

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