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Nací en una fría noche de otoño, mientras la luna brillaba entre las nubes y las hojas secas bailaban con el viento, por lo menos así fue como me lo contaron. Tuve la "suerte" de nacer en la alta clase, en una de las mansiones más respetadas, hija de un hombre de negocios y grandes riquezas.

Muchos piensan que nací teniendolo todo, que tuve la mejor infancia, la mejor adolescencia y que estoy destinada a una cómoda vida de lujos, con todo a mi alcance. Y quizás sea cierto, nací con la facilidad de tener cualquier cosa material a mi alcance, sin embargo, nací sin el tiempo de un padre, sin el amor de una madre, y más importante, nací sin libertad.

Yo no fui traída a este mundo para ser "hija", yo nací para ser el vínculo que llevará a la familia Frik a subir un escalón más en la escala familiar de la nobleza. Soy una pieza más de sus planes, mi vida ya está planeada y no tengo más opción que seguir el camino que mis padres han trazado como mi destino.

Mi existencia no me pertenece.

Como una rosa que creció y permaneció en el mismo lugar, floreciendo hermosa para después ser tomada y llevada a otro lugar, ser usada como un adorno y esperar a marchitarse. Ese es mi destino. Ser una esposa que solo sirve como adorno y esperar mi muerte.

Jamás me he sentido amada por nadie, aunque ahora que soy mayor, creo que sí hubo alguien que me amó pero en su momento no lo note, era demasiado pequeña y distraída como para ser consciente de ello, pero ahora que veo mi pasado desde una perspectiva más madura, entiendo que no tuve el amor de mis padres, pero hubo una mujer que me amó por ellos, incluso más de lo que ellos pudieron haber hecho.

— No te preocupes, pronto podrás coordinar ambas manos.

Creo que mi primer amor fue un piano. Era solo una niña solitaria en una gran mansión llena de adultos, estaba aburrida, esas reuniones no me gustaban para nada, sin embargo, hubo una noche en la que algo mágico pasó. En aquella mansión había una mujer tocando el piano, una melodía suave que acariciaba con delicadeza mis sentidos. Por primera vez en mi corta edad sentí mi corazón con vida. Sentí mi alma encenderse y llenarse de emoción.

Para compensar su ausencia y desinterés en mí, papá accedió a comprarme un piano y a que yo recibiera lecciones por aquella mujer: la señorita Camelia. A mi padre no le agradaba ella, y mi madre parecía sentir asco por ella, pero jamás entendí porque.

Camelia era una mujer de firme carácter, pero al mismo tiempo era amable y cariñosa, tenía gran seguridad en ella misma, era hermosa e inteligente. Su cabello era oscuro como el carbón y sus ojos eran del color del cielo despejado. Su piel era blanquecina y suave, con labios rojizos y largas pestañas. La señorita Camelia era joven y bella, sin embargo, los hombres no podían verla de ese modo, porque Camelia no usaba largas faldas, ella usaba pantalones. Camelia, a pesar de tener veintiséis años no estaba casada ni comprometida, ella no cosía ni cuidaba niños, Camelia tocaba en las reuniones de la clase alta usando traje de caballero.

Camelia engañaba a todos con su apariencia masculina, pero por alguna razón mis padres sabían de su verdadera identidad, y yo también. En realidad, desde que la vi tocando el piano supe que era una mujer, aun debajo de aquel traje, de algún modo lo supe. Ella ocultaba su identidad bajo el nombre de Camilo "el prodigio del piano".

— No puedo —dije casi llorando—, es muy difícil.

Camelia, sentada a mi lado en el banquillo frente al piano, me sonrió sin mostrar sus dientes y me miró con lo que hoy sé que era cariño.

— Es tu tercera práctica, Vinna, tocar el piano requiere tiempo.

— Mamá dijo que yo no nací para tocar el piano —musite cabizbaja.

Girar en el vacío : Eren JaegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora