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Era una mañana hermosa de primavera, las plantas mostraba su mejor versión y las flores florecían hermosas llenando de color los campos y jardines. Bajo un cálido cielo del color de sus ojos claros, Camelia se dirigió a la mansión Frik, con su ropa varonil y postura imponente, con su corto cabello debajo de un sombrero y el entusiasmo en su corazón. Porque a Camelia le gustaba dar clases de piano a la pequeña Vinna, porque le fue imposible no amar aquella alma llena de amor no correspondido, porque Vinna amaba a sus padres, pero las acciones de estos demostraban que sus sentimientos eran rechazados, menospreciados, pisoteados.

Camelia entró como cualquier otro día a la mansión, sin embargo, al caminar por el largo pasillo y entrar a la habitación del fondo solo encontró un salón de música vació, un piano de cola solitario y silencioso. Extrañada, salió en busca de algún sirviente y no tardó mucho en encontrar a uno.

— Disculpa, ¿dónde está la niña Vinna?

— Ah, me temo que hoy no habrá clases de piano, joven Camilo —dijo apenada—. La señorita Vinna ha tenido una discusión con su madre. Se ha encerrado en su habitación, dudo mucho que salga.

— ¿Cómo sabes que no saldrá?

— Siempre es así —musitó con cierta lástima.

Los labios de Camelia se torcieron en una mueca de disgusto y la determinación se vió reflejada en sus iris celestes.

— Llévame a su habitación, por favor.

— ¿Disculpe?

— Ya he venido hasta acá, por lo menos quiero intentar hablar con ella —se excusó—. Sé que al conde Frik no le parecerá problema, y si duda de mi palabra puede ir personalmente a preguntarle.

Sus palabras fueron claras y sin vacilación. La sirvienta hizo lo que dijo y fue a consultar con el conde Frik, quien indiferentemente aceptó la petición de Camelia. La sirvienta la llevó a la habitación de la niña y se retiró tras una leve reverencia. La pianista chocó suavemente sus nudillos enguantados contra la madera de la puerta.

— ¿Vinna? —llamó con delicadeza— Soy Camilo, ¿puedo pasar? —y aunque espero por un momento no obtuvo respuesta— Vinna, voy a entrar si no me dices nada, ¿entiendes? —y el silencio permaneció. Camelia tomó el picaporte y abrió lentamente la puerta, encontrando absoluta oscuridad. Cerró la puerta y caminó a ciegas hasta los ventanales y corrió una de las cortinas, logrando finalmente visualizar a la pequeña pelirroja oculta bajo las sábanas— Vinna, ¿estas bien?

Pero no hubo respuesta alguna, solo la vió removerse bajó las sábanas y la escuchó sollozar amargamente. La mirada de Camelia se afiló y salió de la habitación con dirección a la oficina del conde Frik. Ni siquiera tocó o pidió permiso, simplemente abrió la puerta sin más.

— ¿Qué demonios...? —soltó el pelirrojo ante el repentino movimiento de la puerta— ¿Qué quieres tú aquí? —reclamó— Que falta de modales.

— Llevaré a Vinna de paseo, la traeré luego del atardecer.

El conde Frik frunció el ceño y le miró con desconfianza.

— ¿Eres de confianza? —cuestiona incrédulo.

— Si quisiera robarmela ya lo habría hecho hace mucho —respondió a secas.

El conde la observó detenidamente y chasqueó la lengua.

— Te van a vigilar.

Camelia no dijo nada más, se dió la vuelta y azotó la puerta al salir. Volvió a la habitación de Vinna y se sentó al borde de la cama de la niña.

Girar en el vacío : Eren JaegerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora