Suerte matrimonial

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—Estáis en los servicios comunitarios, donde se supone que tenéis que ayudar a la comunidad no empeorarla.

El señor Dawson nos reñía una y otra vez mientras nos sumaba más horas que trabajar. Logan y yo no eramos capaces ni de mirarnos a los ojos. El pobrecito de Tom se encontraba en quirófano donde le estaban extrañendo el anillo del estómago.

—En conclusión, no servís para recoger basura ni para cuidar niños, así que os encargareis de dar de comer a los menos favorecidos.

En conclusión "dar de comer a los pobres". Logan y yo sirviendo mesas ¡Yupi!

—Por el desastre que habéis montado aquí os aconsejo que os paséis por esta dirección —le dio a Logan un papelito con algo apuntado—, donde se encuentra el comedor.

¿Ahora? No había otra cosa que me apeteciera más en ese mismo momento, no señor.

Salimos del hospital sin decir nada. Vi como Logan se acercaba al parking y sacaba sus llaves para abrir a distancia el descapotable azul. Separó un instante para analizarme de arriba a abajo.

—Será mejor que te cambies antes de que dejes ciego a algún vagabundo.

Normal, aquel escote estaba hecho para sacarte un ojo.

La versión mejorada de Logan me dejó su chaqueta que por cierto estaba impregnada de su aroma.
Condujo callado todo el trayecto cruzando el pueblo entero para llegar al comedor. Este era el plan: dar de comer a los pobres y largarnos.

Dejó el coche aparcado unos metros más a delante y después nos internamos en aquel edificio de una planta de paredes amarillas. En el interior había solo un par de desfavorecidos comiendo un plato de sopa. Una mujer mayor y llena de entusiasmo nos recibió:

—Así que vosotros dos sois los pequeños rebeldes que nos han traído.

Asentimos algo incómodos. "Pequeños rebeldes" se nos quedaba corto.

—Pues empecemos, me llamo Daisy.

Nos tendió dos delantales amarillos y comenzó a explicarnos con lujo de detalles las reglas del oficio. Se suponía que debíamos cocinar para doscientas personas, un primer y segundo plato. Eramos solo nosotros dos y un hombre mayor que se había ofrecido voluntario. ¿Quién se ofrece voluntario para gastar tu tiempo cocinando como un poseso para doscientas personas? Os lo diré: una buena persona.

Decidimos comenzar por la cocina, así cuando llegará la gente les a atenderíamos en plan a lo restaurante.

Comencé a cortar los tomates para el asado. Me sorprendió que Logan supiera encender un horno dado que el día de la barbacoa no movió ni un dedo. De vez en cuando levantaba la vista solo para verle como un auténtico chef preparar en una olla gigante una sopa de verduras.

—Acabo de encontrar algo para ti —dijo divertido sosteniendo en sus manos una rodaja del tamaño de un dedo.

Alcé un ceja y puse los ojos en blanco.

—Ahora que te has quedado sin anillo  necesitas uno nuevo.

Lanzó la rodaja y me vino de golpe en la cara, no se me daba bien parar obstáculos, que os lo diga mi profesora de gimnasia.

—¿Algún día maduradas? —inquirí limpiándome el rostro con un paño.

—¿Algún día dejarás de ser una amargada? —preguntó con un limón en la mano, nunca mejor dicho.

—¡No soy una amargada! —esta bien, lo reconozco, soné muy infantil.

—Giselle están comenzando a llegar —anunció Daisy—, me vendría muy bien que me ayudarás con las mesas.

—Voy.

Me apretuje el delantal y fui a salir al comedor cuando... Resbalé y pum, me di contra el pico de una mesa de cocina. Menuda ostia me llevé, solo seré sincera: estaba en una postura no muy sexy contra el suelo resbaladizo de la maldita cocina.

Al principio oí la risa de Logan y se disipó en cuanto Daisy dijo:

—Oh Giselle, ¿estas bien? Logan por favor, ayúdame y dale un hielo para que se le pase el dolor.

Esa mujer era un auténtico encanto pues no sabes el dolor que recorría mi frente. Sentí como unos fuertes brazos me sostenían y me conducían al frigerador. Encendió la luz y pude ver uno de esos congeladores de metal y llenos de alimentos en su su estanterías. Estaba sentada encima de una caja de Coca-colas, esas mismas que odiamos solo Logan y yo. Después sentí el contacto frío de un paño que envolvía unos hielos.

—Gracias —le dije a mi maridito.

—Eres la mala suerte andante, Giselle Holaham.

¿Por qué la mayoría de las veces estaba de acuerdo con él?

—Siento que estés casado con la mala suerte.

—No lo sientas, es de lo más divertido —declaró sarcásticamente.

Quería lanzarle aquellos hielos pero el dolor pudo conmigo.

—¿Mejor?

Asentí y justo cuando me bajo de la caja oímos un leve "clik". ¿Había algo peor que quedarse encerrada en un refrigerador con Logan Weels? Ah si, hay algo peor: morir.

    

    

Yo Os Declaro EnemigosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora