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— ¡Amelia! —gritó mamá desde el piso de abajo.
Le escuché subir las escaleras y en pocos segundos la puerta fue abierta, ella suspiró encontrándome sentada frente al espejo.
— Es hora de irnos, al menos...
— No quiero ir, inventa alguna excusa como las anteriores —pedí mirándola a través del espejo y sonreí al verla con aquel vestido que tanto le gustaba a papá.
— He inventado excusas por varios meses, dejarán de creerlas... —se acercó colocando sus manos sobre mis hombros— Te ayudaré a arreglarte.
Madre me levantó del banquillo para sentarme al borde de la cama y caminar a mi armario sacando ropa que apenas miraba, solo podía pensar en verlo de nuevo después de que tuve que recoger los pedazos de mi corazón, me había herido tanto que algunas veces aun creía sentir ese dolor.
— Muestrále la leona que llevas dentro, cariño —susurró mamá abrazándome con fuerza—. Enseñale lo valiente y fuerte que eres —besó mi frente.
Después de un baño rápido me colocó un vestido veraniego, aplicó rubor, rizó mis pestañas y añadió brillo labial para finalizar con un lindo peinado, acomodando en pequeñas ondas mi cabello; me dedicó una hermosa sonrisa antes de tomar mi mano y arrastrarme por las escaleras, papá y Harry esperaban impacientes en la sala de estar.
— Se ven preciosas —alagó papá cuando llegamos a ellos, tomó a madre de la cintura y la besó.
Agaché la cabeza incómoda al tiempo que comenzando a arrepentirme, mamá pareció notarlo pues me tomó del brazo en cuanto me giré, Harry se acercó al notar los movimientos de nuestra madre.
— No me siento bien —tartamudeé incómoda.
— Eres mala mintiendo —acusó papá sonriendo de lado.
— Te sentarás conmigo —aseguró Harry abrazándome—. Y no dejaré que te toque ni un cabello.
— ¿Qué pasará si ella está ahí?
— En las veces anteriores no estaba allí, no veo razón de que lo esté hoy.
— ¿Y si..? —apreté los labios reteniendo el nudo en la garganta.
Harry apoyó las manos sobre mis hombros dándome una mirada decidida.
— No dejaré que siquiera piensen en tí, ¿Capichi?
— Creí que te habías olvidado del italiano, Jamie —me burlé, sus ojos viajaron hacia el techo.
— A Ginny le gusta —murmuró ligeramente sonrojado, elevé una ceja; entonces me observó con dureza—. ¿Comprendes lo que quiero decir, Lilian?
— Sí —bufé apartando sus manos de mí—. ¡Y no me llames Lilian!