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— James va a matarme —susurró Remus.
— ¿Alguna preferencia en flores? —respondió la ronca y cansada voz de Amelia.
El castaño se sobresaltó, giró la cabeza para mirarla observándola minuciosamente dudoso si ella había hablado, pero la sonrisa divertida en su rostro le dejó en clara la respuesta.
— Mia...
— ¿Sí?
— ¿Estás... despierta?
La pelicobriza sonrió, manteniendo los ojos cerrados. Amelia no quería decir demasiado, tenía la sensación de que hablaba con el verdadero Remus, pero las palabras recibidas en el ministerio aún le generaban un vacío en el estómago.
— ¿Eres tú? ¿Remus? —tartamudeó.
— Por supuesto que sí —tomó suavemente su mano.
— ¿Cómo estoy segura de eso?
Él vaciló un momento, ¿Cómo demostrarle la verdad? Suspiró, reforzando el agarre en su mano antes de inclinarse.
— En el armario de San Mungo, querías ir más allá de los besos. Tuviste una crisis y te desmayaste.
Amelia asintió estando de acuerdo dando un apretón a la mano del castaño, quien soltó aire aliviado.
— ¿Cómo te sientes? —quiso saber Remus preocupado.
— Como si el autobús Noctámbulo me hubiese pasado encima —resopló.
— Abre los ojos, zibá —pidió cauteloso.
— Yo... —tragó saliva— La última vez que estuve bajo la maldición cruciatus perdí la vista por unos minutos.
— Estoy contigo —ella no podía verlo, pero sabía que estaba sonriéndole con cariño para tranquilizarla.
Y lo intentó, abrió los párpados poco a poco sintiendo los ojos arder ligeramente, sin embargo, el pánico creció en ella cuando no se enfrentó a la acostumbrada luz al despertar, ni con los colores brillantes.
Remus lo vio en sus facciones, el miedo se asentó en él apretando su mano, ella hizo una mueca llevando su mano libre hacia sus ojos.
— Rem... —sollozó— Llama al medimago.
Tan rápido como terminó la frase el tacto en su mano se perdió, escuchó la puerta abrirse y el grito del castaño llamando a un medimago.
Amelia sabía lo que le dirían al examinarla: no más exposiciones a la magia oscura, no podría volver a ejercer como Auror, y posiblemente tampoco como Medimaga, eso le hizo cubrir su rostro con desesperación.
° ° °
— Yaxley, William.
Moody recitó al autor que custodiaba la puerta de metal.