38. La Bohardilla

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Viernes 11 de enero, 2019.

Ana salió de clase, con una calma sumamente genuina. Empezó a esquivar a la gente que chillaba de alegría, andaba a paso de momia o lloraba en el hombro de otro compañero. No los culpaba, tampoco los comprendía, pues ella no era de mostrar mucho interés en comparar respuestas ni resultados. Sí, eran los exámenes finales del cuatrimestre, y estaba muy tranquila. En sus vacaciones le había dado tiempo a estudiar, a comer, a estar con su familia y a disfrutar de su soledad. Aunque también...

Una llamada entrante hizo que se encendiera la pantalla de su teléfono, al ver el nombre no tardó en responder, y poco confundida, aunque no sorprendida, de esa repentina llamada.

- ¿Diga? – se acomodó su larga melena castaña y su postura al caminar, tenía una mala costumbre de andar y un poco encogida, cosa que estaba intentando cambiar, eso sí, cada vez que se acordaba.

- ¿Ya has salido de clase? – se escuchó una voz masculina detrás de la línea, ella solo pronunció un escueto ¨ajá¨. – Sal a la zona del aparcamiento.

- Espera, ¿qué? – dijo parando en seco en el pasillo, en mitad de la gente. Todo el mundo seguía su transcurso y su camino, aunque algunos la miraban por el rabillo de ojo, cotillas, intentando descifrar por qué se había parado de esa manera. Ella, mientras estaba ausente de ese dato, maldijo por lo bajo, estaba yendo por la dirección opuesta. Gruñó, cosa que pudo escucharse desde la otra línea. - ¿Qué haces aquí?

Ella giró sobre sus talones y comenzó a caminar, llevaba puesto unos vaqueros azules, que le quedaban un poco holgados (por haber perdido peso en el verano) y un suéter negro, el cual contrastaba con su bonita piel. Sus ojos estaban ligeramente maquillados, de un color café que resaltaba sus ojos miel.

-Ahora te explico, nos vemos. – y colgó la llamada, dejando a Ana sin respuesta.

A pesar de que era bajita y tenía las piernas cortas, sus zancadas eran lo suficientemente grandes para llegar en cinco minutos a su destino. Sí, la facultad era grande, sin embargo, ella ya se conocía bien los sitios.

Vio como Jonah estaba apoyado en la pared, al lado de su moto, y por primera vez, después de no verle en todas las vacaciones, sintió que era otra persona. Su pelo estaba un poco despeinado y sus ojos estaban fijos en la gente que pasaba a su alrededor. Eso le llamó la atención, pues normalmente la gente miraba su teléfono, ausentes de su ambiente. Pero él no, nunca lo había hecho. A medida que avanzaba, podía ver como metía sus manos en su chaqueta de cuero y sus piernas estaban juntas, como si tuviera frio a pesar de que llevaba unos gruesos vaqueros negros y unas botas del mismo color.

No tardó en darse cuenta de su presencia, y cuando lo hizo, Ana pudo percatarse de que una sonrisilla se le escapó de sus labios. Ella enarcó las cejas, dispuesta a preguntar qué le pasaba, cuando él acortó la distancia que los separaba y le dio un abrazo.

Ella no sabía que hacer, no se sentía mal, ni le molestaba, pero era una sensación rara de asimilar. ¿Era la misma persona a la que le había gritado que la dejase en paz? ¿Era la persona con la que había hablado durante las semanas de vacaciones? No tenía ni idea, solo le abrazó de vuelta, con inseguridad, la cual él se percató.

- ¿No me has echado de menos, Anita? – lo mismo que recibió un abrazo, se llevó un puñetazo en el hombro que le hizo retorcerse del dolor, aunque al segundo lo ocultó, sonriendo con suficiencia, y mirándola con recelo. – Ui, pulgarcita está enfadada.

- Uff, no entiendo como pude hablar contigo tan bien estas semanas. – Se giró para dejarle solo, o por lo menos aparentarlo, porque sabía que no la iba a dejar ir. Y en efecto, él la agarró de la muñeca y la acercó a él. Quedaron en frente el uno del otro, mirándose. Los ojos verdes de Jonah buscaron los de Ana y ella le sostuvo la mirada, porque no sabía qué mas hacer.

Silence {Corbyn Besson}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora