Él ocultó sus sentimientos, pensando que algún día ella se daría cuenta.
Él la amó tanto que sufría cada vez más.
Al final, él se alejó de Ángela. Dejando las canciones que escribió atrás. Dejando sus emociones y sus recuerdos.
Dejando todo para seg...
-Lisa, vámonos ya – comentó desesperada Ángela mientras cogía su mochila. Lisa apareció por la puerta del recibidor arreglándose el pelo. Se puso sus gafas correctamente.
- De verdad, no entiendo por qué tenemos que ir antes, no vamos a llegar tarde, Ángela – la morena bufó y salió por la puerta mientras se despedía de Ana.
Al salir a la calle, el par de amigas vieron a Zach apoyado en su coche, esperando a la castaña. Las dos lo saludaron y él sonrió en respuesta. Se notaba cansado, pues su ojos estaban ligeramente entrecerrados y sus ojeras eran muy notables. Aun así, su sonrisa nunca se apagó. Cuando lo perdieron de vista se miraron entre sí.
-Pobre de él, no se encontraba muy bien – dijo Lisa con un rostro de preocupación. – se le nota cansado.
- También nosotras estamos cansadas, todo el mundo tiene esa cara a esas horas de la mañana. – comentó Ángela. La otra asintió – ¿crees que tienen algo los dos?
- Sinceramente, no lo sé – se encogió de hombros y miró hacia el frente, había una ligera brisa mañanera, de esas que son agradables y a la vez nostálgicas.
- Yo tampoco lo sé – miró de lejos su universidad y un escalofrío recorrió su espalda, predecía que hoy iba a ocurrir cosas inesperadas. – pero no le podemos preguntar a Ana, porque seguramente nos miente o nos evita.
- Ana tampoco es así – le reprochó la mayor – solo que dice la verdad cuando está segura de lo que siente o sabe.
Entraron a la universidad después de un largo silencio y se despidieron. Ángela empezó a caminar hacia el aula donde tenía su primera clase con paso rápido. Si había elegido llegar diez o quince minutos antes era porque así podía elegir sitio, y donde siempre se sentaba era al lado de la ventana, donde disfrutaba de los paisajes cuando el profesor no estaba pendiente. Ángela llegó y dejó su mochila en su sitio preferido mientras acomodaba sus cosas. En eso llegó alguien que no pensó ver tan pronto.
Al levantar el rostro observó al rubio con su pelo ligeramente despeinado, y aunque tenía unas notables ojeras, seguramente si lo veías de lejos lo notarías normal. Pero Ángela sabía que no era así, él se había quedado un tanto en vela esa noche. Sus ojos azules estaban mirándole fijamente, como si dudase en si eso era real o no. La morena se burló internamente de sí misma por pensar barbaridades como esas. Corbyn suspiró y habló.
-¿Puedo...sentarme...aquí? – ella asintió y él sonrió. Se sentó a su lado y dejó sus cosas rápidamente. Cuando terminó, escondió su rostro entre sus brazos apoyados en la mesa. Ángela sintió como respiraba pesadamente y para no incomodarse, miró por la ventana.
Era extraño, se sentía tan raro que ellos estuviesen en esta situación de tensión, cuando hace dos años era lo más normal del mundo, no, lo esencial. Si algo los caracterizaba a la pareja, es que su amistad era muy cerrada, pues quedaban para hacer cualquier cosa: ver películas, hablar, desahogarse, cenar, comer... Entendía un poco por qué sus amigas lo emparejaban con él, pues hacían casi todo juntos. Y para que mentir, había una complicidad que nunca había tenido con ninguna de su pandilla. Corbyn y la morena, con tan solo una mirada, se entendían. Se apoyaban el uno al otro como si fueran uña y carne. Se molestaban, pero a los minutos ya estaban hablando como si no hubiese pasado nada.
Quizás por eso le dolió que el rubio hiciese eso. Se lo podía esperar de otra persona, hasta de una de sus mejores amigas, ella no era santa, lo sabía. Sin embargo, el rubio era para ella alguien especial, su mejor amigo. Cuando escuchó todas esas palabras se sintió como si le clavasen un puñal. Y más sabiendo lo que le pasaba, el problema que tenía.
Tardó el triple de tiempo en olvidarse de sus inseguridades porque todo lo que le dijo los hizo aumentar, crecer, volviéndose un mundo gris y horrible, el cual gracias a sus amigas logró superar. Y aunque los logró olvidar, todavía quedaba esa espina en su corazón, esa que dejó el después de ese día. El problema fue que antes de esa espina, marcó una huella, una gran huella que tampoco puede olvidar.
Le guarda rencor, pero se dio cuenta de que no le guarda odio, porque también le guarda añoranza y nostalgia, un cariño imposible de quitar. Y tiene miedo, miedo de hacerse daño por el mismo chico que le hizo ver el mundo un poco más oscuro.
-Ey – la morena salió de su trance y lo miró, estaba más cerca, ya que había acomodado su silla. Sus ojos la estudiaban, como si en cualquier momento ella lo fuese a insultar. Pero eso no ocurrió, ya que lo observó igual – ha...entrado el profesor.
- Ah, vale – dijo ella mirando como el profesor saludaba con un ¨Buenos días¨ ella sacó los deberes, y con estos el ejercicio que Lisa hizo por ella. Corbyn hizo lo mismo.
-¿Tienes el ejercicio tres? – preguntó el, con un gesto neutro. Era el mismo que su amiga había hecho el día anterior. - ¿Puedo verlo?
Ella accedió a lo que le pidió y el frunció el ceño al compararlos. Tragó saliva y lo miró junto con él, sus rostros estaban concentrados mirando el papel, salían diferentes soluciones, hasta las operaciones eran distintas. Giraron para hablar y abrieron mucho los ojos. Estaban muy juntos, a centímetros de distancia. Se quedaron mirando fijamente, sin articular palabra.
El corazón de la morena se aceleró de sobremanera, un nudo en la garganta se formó impidiéndole hablar. Él solo miraba su rostro, y Ángela se asustó. Él supo lo que le ocurría y se alejó un poco, haciendo que la chica recuperase un poco la respiración que no sabía que aguantaba. La chica cogió su cuaderno y lo puso en su mesa otra vez, y Corbyn no se quejó.
Ella lo miró de reojo, parecía frustrado, él se rascó la nuca con nerviosismo y miró hacia la pizarra, después a su cuaderno. Ángela no sabía porque lo observaba, sin embargo aun así lo hacía. De un momento a otro le miraba a ella.
-Tenemos que hablar.
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