37. Vuelta a la no normalidad

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7 de enero, 2019

Las dulces vacaciones terminaron, los polvorones cesaron y las ganas de matar de Ángela desaparecieron. Mentiría si dijera que no se lo había pasado bien, sin embargo, su madre recalcándole que no valía para nada la hizo arrepentirse de haber ido de vacaciones en un principio.

¿Por qué no podía solo animarla y mimarla como otras madres hacían? ¿Por qué eran tan exigentes con ella? Solo quería que su familia por una vez se pusiera de su lado y no en su contra. Por una vez quería que solo fueran normales. Pero no, no lo eran y no iban a dejar de ser los padres que no confiaban en su hija.

Sus constantes comparaciones con sus amigas, sus constantes comentarios acerca de su físico, de sus notas y de su vida eran tan hirientes que hacía que sus ganas de socializar con ellos se esfumaran de inmediato. Sofía y las demás le recordaban que no debía hacer caso de lo que sus padres le decían. Sin embargo, ella había llegado hasta un punto que le afectaba de gran manera.

¨No volveré para semana santa¨ se repitió varias veces mientras se despedía de ellos secamente. Lo bueno era que vivía en otra ciudad, en otro sitio, donde se sentía más libre. Donde personas que la querían la esperaban.

...

-No salgas muy tarde a la calle, Lisa. – Comentó su madre mientras le daba un abrazo a su hija, la cual solo respondía rodando los ojos. Ni hacer la maleta tranquila podía. – Y no hables con gente extraña, hay mucho loco suelto por ahí.

-Mamá, ya lo sé, no te preocupes. – Contestó cansada de la sobreprotección de su madre y rodó los ojos cuando vio que seguía con sus riñas de cosas que todavía no había pasado. ¿No se cansaba de desconfiar de su hija? Ella era mayor, tomaba precauciones. Y si no lo hacía, ya aprendería, pero quería que la dejase en paz. Si por su madre fuera, no saldría a partir de las nueve y siempre debería llevar chaleco, incluso en verano. Si por ella fuera, no dejaría que hablase ni con sus amigas, para que estudiase más ¨eficiente¨.

Pero ella no era una niña, necesitaba crecer, necesitaba madurar por su cuenta. ¿Pero como podía con una madre así a su lado? Su madre la soltó para que terminase de hacer la maleta y le pidió que después fuera con ella a tomar la merienda, para que no se fuera con el estómago vacío. Y aunque Lisa no tenía hambre, aceptó, no por cumplirle su capricho, sino porque sabía que era una obligación, no una opción.

...

-Ana. – La de pelo castaño chateaba mientras escuchaba música, sentada al lado de la chimenea. Llevaba un polo negro, el cual hacía que se sintiese más cómoda. Hace un día que tenía la maleta lista para poder pasar los últimos momentos tranquila, con su familia. Los pájaros cantaban de fondo y su perra estaba en sus muslos, acurrucada, dándole calos a la bajita. - ¡Ana!

Se quitó los auriculares con frenesí, temerosa miró a su madre, que la observaba con la ceja levantada. Parecía que la había estado llamando varias veces y no se había dado cuenta. Vio como el pequeño animal que estaba en sus piernas levantó las orejas y la miró, vacilante, esperando una riña.

-Dime. – Dijo mientras veía como su madre se acercaba a su hija.

- ¿Quieres un té? -le preguntó. Ana se relajó y acarició a su mascota. Asintió. - ¿Té verde?

-Sí, gracias.

Siguió chateando y a los pocos minutos su madre volvió con dos vasos. Se sentó a su lado y se lo entregó a su hija, la cual solo lo aceptó con una sonrisa. Dejó el teléfono a un lado y cuando vio a su madre, esta llevaba una sonrisa un tanto extraña en su rostro.

Su madre era guapa, pero no solo eso, sino que también inteligente, trabajadora y muy graciosa. Era su confidente, su mejor amiga. Y esa sonrisa sabía lo que significaba.

Silence {Corbyn Besson}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora