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PUEDE SER QUE ELIZABETH REPUDIARA EL PLAN DE SUS AMISTADES HUMANAS DE IR A LA PLAYA, en la reserva, pero no podía aceptar la combinación de playa con el clima de esa mañana.
Sus extremidades se encontraban, heladas, temblando. Se había enfundado en unos pantalones, una blusa de manga larga bajo un abrigo enorme y grueso de color rojo y cambió sus botines negros por unas botas cafés simples.
—Bells, ¿Me darías otro? —haciendo pucheros se inclinó a la castaña, toqueteando su hombro.
—¿No llevas ya un paquete? —preguntó estupefacta, pero aceptando darle otro regaliz.
Elizabeth se encogió de hombros volviendo a acomodar uno de los extremos de la manta sobre su hombro, pegando su costado con el de Ángela.
—Bella —una voz masculina y suave exclamó el nombre de la castaña, dejando ver a tres muchachos de cabellos largos.
—Hola, Jacob —saludó de regreso—. Chicos, este es Jacob. Jake —Elizabeth sintió un jalón en su manga, tropezando con sus pies para terminar casi sentada sobre la rodilla de Bella—, ella es Elizabeth, mi vecina. Llegó una semana después de mí.
—Hola —intercambiaron saludos, antes de que la morocha se girara a los dos acompañantes de Jacob.
—Oigan, deberían acompañar a Bella —sugirió Jessica—. Su cita le falló.
—Jessica —espetó Gilbert en tono de advertencia. No era su asunto por lo que no debería de comentarlo en voz alta.
—¿Quién? —Mike y Eric giraron sus rostros como resortes.
—Invitó a Edward —se burló.
—Bien, muñeca, déjalo morir —su advertencia verbal pasó a ser un apretón firme de muñeca, sacando un quejido de Jessica.
—Yo creo que es lindo que lo haya invitado —murmura Ángela. Elizabeth sonrió por su amable contribución, agradecida por la dulzura de su amiga.
—Los Cullen no vienen aquí —negó uno de los muchachos.
Bella y Elizabeth intercambiaron miradas, sospechando el tono peculiar que se había usado. Ahora, Elizabeth le lanzó una mirada hacia Jacob y luego a la playa, insinuando separarlo del grupo para hacer un interrogatorio.
La castaña observó a su amiga emplear coqueteos con Jacob, se inclinaba a él, enviaba miradas encantadoras y halagaba su aspecto, todo para convencerlo de contarles por qué los Cullen no bajaban a La Push.