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UN GRITO AHOGADO Y ATEMORIZADO ABANDONÓ SUS LABIOS,por reflejo, sus ojos se tornaron rojizos como la sangre, y las venas debajo de ellos se marcaron. La furia, contenida en anteriores llantos, surgió en su rostro lanzando a su tío John Gilbert —en realidad padre biológico— al otro extremo de la sala de su casa cuando él rozó la estaca de madera contra su pecho.
—¡Elizabeth, no! —su gemela, Elena, corrió a velocidad sobrenatural hacia el hombre que durante muchos años creyeron su tío.
—¡Soy tu hija! —protestó con el corazón roto ignorando a su hermana, manteniendo la espalda contra la pared—. Soy tu familia... Tengo miedo, yo no quería esto. Yo no quería ser un vampiro.
—Eres una abominación —masculló entre dientes John, apoyando su peso contra el cuerpo de Elena.
—¿Crees que no lo sé? —solloza—. ¡Pero Elena es igual a mí y no estás clavándole una estaca! —las lágrimas regresaron a montones, rodando por sus mejillas—. Vamos, Elena.
Avanzó un paso a ella, pero la morocha retrocedió, el miedo impregnado en su rostro. —Deberías calmarte, Elle.
—¡No puedes estar pidiéndome eso en verdad! —grita con sorna—. Intenta asesinar a tu hermana, tu gemela. ¡No puedes estar protegiéndolo! —giró su rostro, acercándose a su hermano Jeremy en las escaleras—. Jer, por favor —suplicó.
El castaño frunció el ceño con un atisbo de duda, subiendo dos escalones sin darle la espalda, en negación.
Entre el temor, la ira y la tristeza, retrocedió viéndolos con incredulidad, tomando el equipaje, hecho días antes, que deseó no tener que ocupar en aquel futuro cuando se diera esa conversación.
—Donde sea que vayas —el adulto escupió sangre—, te perseguiré y te cazaré.
—A donde sea que vaya —corrige, sus ojos expresando nada más que el odio puro—, cuida tu vida y no aparezcas o haré valer mi sangre Petrova. Todos ustedes.
DESPERTÓ DE UN SOBRESALTO DE AQUEL RECUERDO. Sin falta alguna, cada vez que volvía a subirse a un avión al estar cerca de ser atrapada por su padre, soñaba con el momento en que su familia se había derrumbado para ella dos años atrás.
De no ser por aquel trato con esa bruja probablemente estaría muerta. —pensó.
A causa de ello, el vuelo desde Atlanta a Washington se tornó abrumador y eterno, transformando su humor en uno de perros. Había tenido que mudarse al otro lado del país a un pueblo desconocido, únicamente por culpa de su padre. Una vez más.
Mudarse lejos era lo bastante obvio, y eso tanto Elizabeth como John lo sabían, por lo que la chica supo que su padre buscaría en los estados cercanos a Virginia, sin creer que su hija fuera tan estúpida como para volar lejos, aunque en realidad fuese una inteligente maniobra.
