En esta vida hay dos certezas: la muerte y los impuestos

66 8 4
                                    

Holaaaaa... Acá estoy nuevamente, dejándoles otro capítulo. Quise avanzar más el fin de semana, pero me tocó salir. En este capítulo veremos a nuestros tortolitos (no tan tortolitos todavía) debiendo lidiar con las consecuencias de sus actos ante la opinión pública, porque lo que se ve inocente no siempre puede parecer inocente para los demás. Lo difícil será saber si todo esto los une o los separa más.

En opinión de Can, el Museo Arqueológico de Estambul necesitaba urgentemente una reestructuración, un lugar más espacioso y una perentoria mantención a ciertas salas, que parecían olvidadas. Su desarrollado sentido de la estética y su mente ordenada, no concebía que hubiera impresionantes piezas arqueológicas diseminadas incluso en las afueras del Museo. Era tanto el material disponible, que según uno se acercara al edificio del Museo, que estaba en el Palacio Topkapı, comenzaba a encontrar en la calle un montón de joyas arqueológicas. Bueno, no cabía esperar otra cosa de una ciudad que había tenido al menos tres nombres en los últimos dos mil años y que había sido ocupada por griegos, romanos, otomanos y vaya a saber Alá porque otras culturas más.

Azra, a su lado, parecía la administradora del lugar, puesto que lo guiaba por un sinfín de lugares, dándole explicaciones y detalles que Can estaba seguro que ni los empleados del Museo conocían. Ella vestía un gran y oscuro abrigo y estaba tan pálida como de costumbre, pero conforme recorrían el lugar, al menos su estado de ánimo parecía ir mejorando.

Después de una hora y media recorriendo el lugar Can se sentía un tanto mareado. No comprendía como Azra podía retener tanta información y hablar hasta por los codos dando detalles de tal o cual sultán o de la ocupación romana de la ciudad.

- ¿No estás cansada? – le preguntó curioso.

- No. ¿Tú sí? Si quieres nos podemos sentar – concedió ella cautelosamente – Espero no haberte abrumado. Suelo traer a los chicos a veces y sé que me pongo un tanto intensa en estos lugares.

- Bueno sí, me preguntaba como hacías para retener tanta información. ¿Estás segura que no tienes un disco duro conectado a alguna parte de tu cerebro?

- ¿Te estoy aburriendo? – inquirió con pena.

- ¡No! Es sólo que es un montón de información.

Azra tomó asiento en una banca aledaña y Can se sentó a su lado. Ella abrió su morral y de él extrajo un pequeño pote que abrió después de mirar a todos lados. Adentro había gajos de naranja.

- No se permite comer dentro del museo – susurró – Pero ya es hora de que tome una merienda y en esta parte no hay cámaras. ¿Quieres? – indicó ofreciéndole naranja.

- ¡Sabes hasta donde están las cámaras de seguridad! – exclamó Can negando con la cabeza el ofrecimiento de Azra.

- He venido muchas veces – señaló encogiéndose de hombros mientras se llevaba un gajo de naranja a la boca.

- No necesitas explicármelo, me he dado cuenta. Estoy seguro que podrías postular al cargo de encargada del lugar sin problemas.

- ¿Habías venido antes? – preguntó ella cuando terminó de tragar el primero gajo.

- Vine varias veces cuando estaba en la escuela. Después... No recuerdo haber venido concretamente al Museo, pero sí al Palacio de Topkapı.

- Ya veo... ¿Ahora me puedes contar como se enteró tu madre? Cuando la vi en la puerta de mi casa, pensé que habías hablado con ella – señaló bajando la mirada con tristeza.

- Si te soy honesto, pensaba esperar a que los niños nacieran – suspiró.

- ¿Por qué?

La redención de AzraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora