Isabela
No ha pasado demasiado desde mi llegada a España y ya siento que mi vida se ha vuelto un caos. Y todo por culpa de un nombre y apellido: Teo Ferrer.
Suspiré, buscando las fuerzas necesarias para levantarme de la cama. No tengo ganas de ir al colegio, pero fingir un dolor de cabeza no va a funcionar con Alex vigilando de cerca. Él ha dejado claro que, mientras esté en casa, no faltaré ni un solo día al colegio. Vivo con un tirano.
Y, para colmo, dentro de unos minutos tendré que compartir el mismo aire que Teo. Me vuelve loca solo pensar en ello. No quiero verlo, no quiero saber nada de él. Desde el sábado no ha aparecido por la casa, y doy gracias por ello. Quizás sepa que ha metido la pata y teme que le cuente algo a mi hermano. Idiota. ¡Teo idiota! Quiero que esté lo más lejos posible de mí, a distancias inhumanas.
Pero la realidad es otra. En cinco minutos estaremos uno al lado del otro, y mi mañana no podría empezar peor. Aún intento lidiar con mi cabeza y encontrar una respuesta a por qué dejé que pasara todo aquello. ¿Lo deseaba tanto? ¿Me he estado engañando todo este tiempo? ¿Cuánto me atrae realmente Isaac? Me resisto a pensar que lo estoy usando para evitar admitir que, desde el primer momento que vi a Teo, sentí una conexión inexplicable. Pero no, no hay ninguna conexión. Teo es solo un tonto con una sonrisa encantadora y unos ojos cautivadores. Y eso es todo.
—¡Basta, Isabela! —me ordené frente al espejo. Tengo que dejar de pensar en Teo. Ya me ha robado el día de ayer, que pasé encerrada en mi cuarto por dos razones: no quería cruzarme ni con él ni con Isaac, si acaso aparecían por la casa.
Isaac, por su parte, no ha hecho nada malo. Es demasiado perfecto para liarla. Sin embargo, hay algo que debo ocultar de él y de Alex: la estúpida marca que el imbécil de Teo dejó en mi cuello.
Desde que salí del despacho el sábado, no me paré frente a un espejo. Fue Luka, mi compañero de baile y borrachera, quien me hizo notar la gran marca que adornaba mi cuello. Y aquí estoy, un lunes por la mañana, y el maldito chupetón sigue ahí, como un recordatorio de mi error. Me acerqué de mala gana a la mesilla de noche buscando maquillaje para taparlo antes de que Alex aparezca por la puerta.
Tras asegurarme de que la marca no se veía, bajé las escaleras resignada, camino a mi nueva tortura: ir al colegio con Teo.
—Te has vuelto a retrasar —comentó Alex arqueando una ceja.
—Agradece que me haya levantado —le respondí con un suspiro.
Agradezco en silencio que Alex no sea de los que preguntan a cada rato qué te pasa. Respeta mucho los espacios y, en días como hoy, no podría soportar que me estuviera interrogando constantemente sobre mi humor. Esa es una de las cosas que aprecio de él.
Al salir de casa, nos encontramos con Teo, apoyado contra la pared, con la cabeza levantada y los ojos cerrados. Lo odio. Lo odio aún más por estar tan guapo a las siete de la mañana. Es injusto. No hace más que estar ahí, tranquilo, respirando lentamente, con las manos en los bolsillos y esos labios que, hace unos días, me besaron.
Todo ocurrió en cámara lenta. Teo abrió los ojos poco a poco, dejando al descubierto ese tono marrón que, con el sol, brilla de manera especial. Giró la cabeza y nos vio. Tragando saliva, nuestras miradas se cruzaron. No había rastro de su típica sonrisa seductora, solo frialdad. Y eso me incomoda más de lo que quiero admitir.
—Vamos, que ya es tarde —dijo con desgana.
—No me digas que tú también —respondió Alex con el ceño fruncido.
—¿Qué yo qué? —replicó Teo, molesto.
Alex nos miró a ambos con su peor cara.
—Los dos os habéis levantado con un humor de perros —señaló.
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Dos metros lejos
RomanceIsabela guardó con cariño la pelota de vóley que él le obsequió años atrás, aferrándose a la esperanza de volver a verlo algún día. Teo, por su parte, ha relegado ese recuerdo al rincón más profundo de su mente y no recuerda a Isabela. Hizo una prom...