Teo
Me gustan estas mañanas donde me levanto y a mi lado se encuentra Isabela, aferrada a mi abdomen como si fuera un koala con su cabeza descansando en mi pecho.
Apoye una de mis manos en sus mejillas, corriendo lentamente esos pequeños mechones que me impiden contemplar la belleza de su rostro. Con mis dedos comencé a trazar todo el camino de su cara, empezando por sus mejillas, bajando hasta sus labios rodeando la curva de ellos y terminar mi recorrido, como siempre, en la punta de su pequeña nariz.
De a poco y sin despertarla, me salí de la cama para colocarme mi ropa deportiva, sé que si la despierto sin querer no va a tener problemas de girar su cabeza y seguir conciliando el sueño. Ella ya me dejo muy en claro que su amor a la cama, es mucho más fuerte que lo que siente por mí.
Y también lo que aprendí de Isabela, es que antes de levantarla para invitarla a salir a correr, primero debo experimentar la idea hermosa, de cortarme una pierna con una cuchara.
Al bajar las escaleras e ir directo a la cocina, me encontré con mis padres sentados alrededor de la mesa, desayunando juntos. Me quede unos segundos viéndolos de lejos, como mi padre observaba con mucho cariño cada cosa que hacia mi madre y como ella, levantaba su rostro para dedicarle una sonrisa completamente sincera llena de amor.
Me pregunto si nosotros...
Sacudí mi cabeza, demasiado temprano para comenzar a fantasear una vida con la mocosa.
Me acerque a ellos, regalándole un pequeño beso en la mejilla a mi madre y saludando a mi padre, con nuestro saludo que inventamos cuando tenia unos seis años, totalmente vergonzoso y que espero que Isabela nunca nos encuentre en esta situación.
—Tú tienes una carita extraña. — mi madre rompió el silencio mirándome con pena. — ¿Algo de lo que quieras platicar con nosotros?
Tal vez ellos podrían ayudarme a despejar estas dudas, que me estuvieron atormentando todo el puto fin de semana.
Pero aun no puedo hablar de ello...
Levante mi rostro para encontrarme con la mirada de ellos puesta en la mía y con mucha pena negué con la cabeza.
—Teo nos llamaron...— hablo mi padre, utilizando esa voz que usa cuando me meto en problemas.
—No tengo ganas de platicar de eso ahora.
— ¿Tú lo sabes, no? — inquirió mi padre.
Sabía que en el momento que asintiera, mi madre se iba a voltear para que no note que sus ojos se cristalizaron por completo, es algo que también saque de ella, como toda mi personalidad, escondernos para no mostrarnos vulnerables con el resto.
Decidí que lo mejor era despedirme de ellos y seguir con mi actividad de todas las mañanas, salir a correr, en estos momentos mi cabeza lo necesita, desconectarse por completo de todo el mundo, ser solo yo en una calle desierta de esta chica ciudad.
Porque es eso, una ciudad pequeña.
La mañana estaba tan perfecta, los rayos de sol calentando mi rostro por completo, los arboles totalmente florecidos y el aire de que la estación cambio, demostrando que todo llega a su fin. Como la hoja amarilla que cayó al suelo, para que nazca esa nueva, de un color verde tan vivo que me recuerda a ella, a su olor, tan cálido y abrigador.
A la media hora de correr, decidí parar y dejar de fingir que todo está bien y de que mi mente no sigue en las cuatro paredes de mi habitación, donde esta ella, la persona que más necesito en estos momentos.
En el momento que volví a mi casa, note que mis padres ya no se encontraban, lo cual agradecí internamente.
Mis ganas de comunicarme en el día de hoy son completamente de un uno por ciento y eso es, porque con la única persona que quiero platicar o solo pasar el rato se encuentra plácidamente durmiendo en mi habitación.
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Dos metros lejos
RomanceIsabela guardó con cariño la pelota de vóley que él le obsequió años atrás, aferrándose a la esperanza de volver a verlo algún día. Teo, por su parte, ha relegado ese recuerdo al rincón más profundo de su mente y no recuerda a Isabela. Hizo una prom...