Capítulo 9

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Arley

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Arley

Me sobresalto con algo y casi caigo fuera de la cama. Una luz cegadora invade mi campo de visión proveniente de mi teléfono. El aparato vibra y no cesa. Me hago de maniobras para tomarlo entre mis manos y enfocar mi vista ante tanta claridad, pero mis ojos arden al instante.

Descubro una llamada perdida de un número desconocido.

De hecho, son cinco.

Estoy algo mareada y no estoy segura que hacer.

No debí beber esa maldita bebida con piña.

Tal vez ignorarlo sea la mejor idea. No entiendo la razón y la insistencia en las llamadas provenientes de un número que no conozco.

Dejo el teléfono nuevamente en su lugar con intenciones de silenciarlo y voltearlo para que no moleste. Pero justo cuando alejo la pantalla de mi rostro el teléfono vuelve activarse con una llamada nueva. La sangre de alguna forma me comienza a hervir y siento la necesidad de desplomar el teléfono por la pared.

No lo hago.

— ¿Hola?

Por fin contestas —una voz que se vuelve un balbuceo al instante, emerge en la línea. Al segundo sé de quién se trata.

— ¿Neville?

Creí que no cogerías.

— ¿Qué... qué sucede?

Estamos... ¿qué le digo? —Parece susurrar algo no directamente a mí, sino a alguien más.

— ¿De qué hablas?

Estamos aquí —no estoy segura si es el mareo que llevo por haber bebido pero no logro ver su nombre en la llamada.

Estoy distorsionando la realidad ¿o qué?

—Aquí ¿dónde? ¿Qué digo dónde? Me parece más importante saber por qué no veo tu nombre en mis contactos. —esto tiene mala pinta, no debí haber contestado.

No es mi teléfono —se ríe y me quedo inmutable. Me duele la cabeza y esto no lo mejora—. Afuera.

— ¿Afuera?

Afuera de tu casa.

Arley, necesitamos tu ayuda —cierro mis ojos y pellizco mi brazo esperando que todo sea un sueño.

Esa no es la voz de Neville.

Mi teléfono aún reposa en mi oído. Me encuentro alerta, a la espera de que parta mi juicio en dos.

¿Arley? —Vuelve a insistir, pero por unos segundos desesperantes me mantengo en parálisis, sin poder hacer nada.

Es él.

No puede caber por ningún orificio de mi cráneo la idea de que Jaffner esté aquí. Puedo entender a Neville, pero él ¿él que hace aquí?

Caigo a la realidad en el momento en que la respiración de Jaffner se corta detrás de la línea y el silencio amenaza con colisionar mi juicio ya alterado. Como un salto en pique los nervios comienzan a comerme viva.

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