Capítulo 42

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Jaffner

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Jaffner

Culpa, dolor y miedo.

No tengo idea de qué demonios acabo de hacer, pero las consecuencias se notan cuando observo mis puños cubiertos de sangre. El asco me invade y la bilis se arremolina en el borde de mi garganta. Puedo palpar el óbito en mis manos y un nudo tan escabroso como violento se instala en el camino que conecta mi estómago con mi tráquea.

Cubro mi boca en un intento por contener la presión que amenaza con quebrarme y trato de sospesar la frustración llevando el cabello que cae en mi frente hacia atrás. Necesito claridad. Necesito...

Y justo ahora que soy más miedo que hombre.

Como un maniático observo hacia los lados, buscándola. Y justo es en ese momento cuando una gota insolente se desliza por mis mejilla es que comienzo a perderme en la angustia.

Necesito encontrarla.

Mis pies por inercia comienzan a caminar. Ignoro a medias las voces que susurran detrás de mí.

Solo sigo.

Con la sangre afiebrada, con la preocupación latiendo en mi piel y los puños tan cerrados como una roca me pierdo en la esquina.

Es cuando veo mi auto que nuevamente la propulsión me invade. Mi respiración agitada se mezcla con el latir de mi pulso en mi cabeza. Desorientado, perdido, sin tener una maldita idea de hacia dónde ir o qué hacer, me estanco y miro hacia los lados solo esperando que algo venga a apagar mis sentidos.

Esto tiene que ser una jodida broma.

¿Cómo demonios pude perderla de vista?

¿Y si aún sigue dentro de ese club y con ese enfermo?

Mis manos no tiemblan cuando pateo con todas mis fuerzas un bote de basura. Tomo el objeto de plástico y estalla contra la pared de cemento frente a mí. El estruendo es ensordecedor. Sin remordimientos, lo destruyo. Dejo que toda la ira se drene en mi sistema. Actúo con ímpetu, con violencia, con impulso agresivo. Destello el veneno que me ataca en el bote de basura. Lo destrozo hasta que queda en trizas.

Maldita sea, Jaffner. Maldita sea.

Veo el rostro del enfermo en la pared y lo destruyo en cada golpe. Mis nudillos arden, al igual que mi corazón. Como una bestia desgarro los tejidos de mi piel, sintiendo cada célula fragmentarse en dos y no me detendré hasta que esté agotado.

Respiro a medias contra la pared. La respiración se estanca en mi garganta a cada inspiración. La lúgubre sensación de estar colisionando contra el piso me ataca.

— ¡Jaffner! ¿Qué carajos acaba de pasar? —La voz precipitada de Raybon atrapa a mis sentidos.

— ¿E-ella? Dime que no sigue ahí, por favor, Raybon. Dime que ella no está con ese idiota.

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