·12· La posibilidad que nadie quería escuchar.

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Jayden

Cuando suena el despertador de mi móvil me giro hacia el otro lado de la cama y suplico que sea solo parte de un mal sueño.

Desde el día que hablé con Evelyn sobre que queríamos de nosotros y en el que Chris rompió el corazón a Lexie todo ha ido cuesta abajo.

Lo que solo han sido un par de días a mí me han parecido años.

Y es que el estudio está que echa humo porque quieren que consiga a un actor para interpretar a Dennis cuanto antes, ayer tanto a Evelyn como a mí nos llegó una citación en comisaría para mañana, Chris se niega a hablarme sobre Lexie y Lexie solo existe mientras escucha canciones melancólicas.

Así que cuando la alarma vuelve a sonar diez minutos después, la apago con un poco de brusquedad y me voy directo a la cocina a hacerme un buen café. O esa era la intención, porque mi móvil suena a medio camino. El nombre de Lexie aparece en la pantalla. No tardo ni dos segundos en descolgar, preocupado de que algo malo pueda pasar.

—¿Dónde estás?

La pregunta y el tono que emplea, como si quisiera matarme, me pilla desprevenido.

—Eh... En mi casa.

—¿Y qué haces ahí?

—¿Odiar mi vida? —Pruebo, porque sé que diga lo que diga, no va a ser lo que ella quiere escuchar.

—¿Y por qué no estás odiando tu vida en nuestra cafetería?

—Porque hoy es viernes.

Escucho un suspiro a la otra línea del teléfono.

—No, inútil, hoy es sábado.

—Mierda.

¿Cómo es posible que no sepa ni en qué día vivo?

Definitivamente necesito unas vacaciones. Pero unas de esas que coges un vuelo a la otra punta del mundo y desapareces por dos semanas.

—Sí, mierda. Ven cagando leches.

—Voy, sargento.

Y dicho eso salgo corriendo hacia mi habitación para cambiarme. Lo último que quiero es enfrentarme a una Lexie depresiva a la par de enfadada. El mundo no está preparado para ver una combinación de tal calibre. Y, la verdad, es que yo tampoco.

Evelyn

Llamo al timbre de Steve y pongo los churros recién comprados delante de mi cara, para que cuando abra sea lo primero que vea.

Tarda más de lo normal en aparecer porque las costillas le duelen cada vez que anda. Así que espero pacientemente hasta que la puerta se abre.

—Te quiero —dice, en cuanto me ve o, mejor dicho, en cuanto ve la bolsa.

—¿A mí o a los churros?

—No me hagas hacerte daño a primera hora de la mañana.

Suelto una carcajada en cuanto Steve me quita los churros de las manos y abre la bolsa para sacar uno como si hiciera años que no come nada. Primero se lo lleva a la nariz, para olerlo, y después le da un buen mordisco.

No he visto a una persona más amante de la bollería que él. Da igual si son churros, magdalenas, cruasanes... Él va a amarte con todo su corazón si le compras algo de ello.

Se hace a un lado para dejarme entrar y voy hasta su sofá. La casa está echa un desastre desde que tuvo el accidente, porque lo ha usado como excusa para no hacer nada. Dice que, si no puede surfear, entonces tampoco puede quitar el polvo o deshacer la pila de ropa que se está amontonando al lado de la puerta del baño. Lo cual es la mayor tontería que he escuchado en mi vida.

La caída de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora