·20· El lado protector de Lexie.

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Evelyn

Miro las olas a la lejanía, sentada en una de las sillas que hay en mi terraza.

No han pasado ni veinticuatro horas desde que hui como una cobarde de casa de Jayden, y en todo este tiempo no he podido hacer nada más que mirar las olas.

Una tras otra, desde que nacen en mitad del mar hasta que se mueren en la orilla.

Ayer por la noche hablé con Steve por teléfono. Se ha ido a España, nada más ni nada menos, de viaje con su hermana pequeña. Es un trato que tenían desde que ella hizo los doce. Steve le prometió que cuando cumpliera los dieciocho le pagaría un viaje a donde ella quisiera.

Lo bueno es que vuelve mañana y hemos quedado para ir a surfear, lo malo es que llevo una semana sin verlo y lo echo mucho de menos.

Le conté por encima lo que había pasado y él me echó una bronca de casi una hora. Estoy segura de que es la llamada más cara que he hecho en mi vida y encima la hice para que me gritaran durante cuarenta minutos seguidos.

Me dijo algo muy parecido a lo que me había dicho Jayden, solo que él no uso palabras bonitas para enmascarar la verdad.

Suspiro, y me rodeo más las piernas con las manos.

Soy una persona horrible.

—¿Se puede? —Escucho decir a una voz femenina.

Mi vista se va directamente en la dirección del sonido de la voz. La sorpresa tiñe mi cara en cuanto descubro que la dueña de dicha voz es Lexie.

—Hola, Lexie —digo, un poco desconcertada—. Claro, pasa.

La miro con la ceja alzada mientras ella se sienta en paralelo a mí. no me mira mientras lo hace, centra su vista en el mar. No digo nada sobre su elección de sitio, pero me parece la más acertada, porque para que quieres todas estas vistas si no vas a disfrutarlas.

—Seguramente no entiendas que hago aquí —supone.

—No, la verdad.

Lexie asiente con la cabeza.

Intento pensar que le ha podido hacer venir hasta mi casa. Supongo que la dirección se la ha dado Jay, aunque no creo que le haya pasado nada malo. No parece ni triste ni alterada. Es lo único que hace que me calme un poco, a pesar de que sigo sin saber que la ha traído hasta aquí.

Después de unos segundos de silencio, en los que Lex solo se dedica a mirar las olas y yo me concentro en mirarla a ella, intentando averiguar con una telequinesis inexistente que es lo que la ha traído hasta el culo del mundo para hablar conmigo, saca de su bolsa una caja repleta de magdalenas.

—¿Quieres una? —Pregunta, abriendo por completo la caja y dejando a la vista que todas están decoradas de forma distinta.

No sé si estarán buenas, pero desde luego que tienen buena pinta.

—Claro —digo, aceptando una que tiene crema roja y en medio hay unos colmillos. Aunque, cada segundo que pasa hace que este más perdida que el anterior. Y que ella siga tan tranquila y que me haya traído galletas me descoloca muchísimo.

Dudo entre si preguntar directamente o dejar que siga en este juego pasivo donde la única que conoce las reglas es ella. Al final, con el primer bocado a la magdalena, decido no ser una impaciente. Llego a la conclusión de que lo mejor es seguirle el juego y hacer como que todo esto es normal.

—Las ha hecho mi hermana. Ella es una obsesa de los libros y cada vez que termina uno hace magdalenas inspiradas en ellos. No soy nada fan de los libros, pero me gusta que las haga, así que suelo regalarle alguno de vez en cuando para que esté feliz y haga más magdalenas —me explica, enseñándome la que ella ha cogido, que es marrón y en medio tiene un lobo.

La caída de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora