·29· La confesión.

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Evelyn

Han pasado dos semanas desde que se descubrió quien es el asesino. Dos semanas desde que la cara de Dylan empapela todos los periódicos. Al final, él tenía razón.

Llamaron al caso «La caída de las estrellas» y todo el mundo habló de cómo las ganas de más pueden terminar corrompiéndote.

Durante estos catorce días no he salido de mi trocito de paraíso para nada más allá que comprar comida. E, incluso a veces, he mandado a Steve a hacerlo, porque me veía incapaz de abandonar el sitio que considero mi hogar.

Como todas las mañanas desde aquel día, me siento en la tabla de surf, en mitad del vaivén de las olas y contemplo el horizonte. Veo como el sol sale y como el naranja tiñe todo el cielo.

Pero por primera vez desde que tengo esta costumbre lo hago sin ver a Jack en él. Solo veo la inmensidad del sol haciendo acto de presencia. Como si estuviera diciendo «aquí estoy, y he venido para quedarme».

En estos días he pensado más de una vez en llamar a Jayden y preguntarle qué tal está, pero en ninguna de ellas me he sentido capaz de hacerlo.

Siempre he encontrado una excusa.

Algunos días tomaba la decisión demasiado tarde, otros estaba un poco borracha, a veces, el miedo me invadía y otras la inseguridad.

El caso es que siempre he encontrado una forma de no hacerlo.

Pero esta vez es distinta. Esta vez...

Dejo la mente en blanco y disfruto del sol saliendo, del agua que me empapa, de la tabla de surf que ha estado conmigo casi todos los años que llevo surfeando. Dejo que la tranquilidad antes de la tormenta me invada.

Hasta que el sol ya está bien alto y las manos se me empiezan a entumecer.

Salgo del mar sabiendo que la próxima vez que entre a él todo va a ser distinto, que es hora del cambio que llevo tanto tiempo pidiendo, pero que nunca me he atrevido a hacer.

Ando hasta mi casa y dejo la tabla tirada en el suelo. Esta vez no la coloco en su sitio, sino que la abandono en la puerta, mientras entro a mi casa. Voy hasta la cocina y cojo una bolsa de basura.

Me quedo quita unos segundos. Contemplo mi casa como si no me perteneciera a mí, como si fuera una simple espectadora.

Respiro un par de veces y entonces empiezo a hacer limpieza.

Todo lo que me ha regalado Jack o todo lo que me recuerda a él lo meto en la bolsa.

Al principio creo que van a ser pocas cosas, pero conforme van pasando los minutos cada vez estoy más sorprendida sobre todo lo que me recuerda a él.

Y por cada cosa que meto me digo una de las siguientes cosas: «Él ya no merece tus lágrimas.» «Ya no estás enamorada de él.» «Hace tiempo que dejaste de sentir cosas por él.» «Solo estabas aferrándote a su recuerdo por miedo.» «Eres más que una mala relación.» «Mereces seguir viviendo.» «Te queda toda la vida por delante.» «Él ya no va a controlar nunca más tus sentimientos.» «Se acabó llorar por alguien que te había superado tanto que incluso se iba a casar con otra.» «Todavía estás a tiempo de arreglar las cosas.»

Y mientras me digo eso, lleno la bolsa de basura por completo.

Salgo de mi casa y la dejo caer al lado de la tabla de surf naranja. La estúpida tabla de surf naranja.

Vuelvo a entrar para cambiarme y mientras lo hago llamo a Steve con el manos libres.

—¿Estás ocupado? —pregunto, en cuanto descuelga.

La caída de las estrellasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora