Capítulo 1: La sala de los retratos.

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La anciana  entró a la sala y dejó varios pergaminos recién cogidos  de la biblioteca de la torre quebrada sobre la mesa. Esbozó una suave sonrisa y abrió las cortinas para dejar entrar la luz del sol.

—Deberías salir de detrás del espejo—dijo mirando de reojo al rincón donde un espejo de cuerpo entero se apoyaba en las paredes dejando un hueco detrás de él.

No obtuvo respuesta y siguió moviéndose por la habitación dejando otras cosas que llevaba con ella. Sus lentes de aumento, el pesado abrigo y el gorro que la definía como maestra de estudio. Escuchó el roce del movimiento de su visitante oculto contra la pared pero no vio que terminara de salir.

—Estoy escuchando los latidos de tu corazón, Nunsaib

—¿Cómo sabes que soy yo?—sonó una voz infantil detrás del espejo.

—Claro que eres tú, podría percibir tu aroma entre miles de aromas de jazmín ¿Por qué te ocultas tanto?

—Me escapé para verte, nana.

—¿Y eso te parece bien?

En ese momento un niño de unos once años salía de detrás del espejo y se recolocaba la túnica blanca que vestía su grácil cuerpo. Tenía los adornos azules que indicaban que pertenecía a la familia real del clan de los omegas azules, y la cinta con la aguamarina sobre su frente. Tenía el pelo largo de color gris y sus ojos, grandes, eran de un color azul muy oscuro. Si alguien tenía los rasgos más característicos de los omegas azules era el príncipe Nunsaib. Una cara pequeña, una nariz fina y unos labios rosados y gruesos formaban un rostro realmente bello.

Se acercó hasta quedar a la luz que entraba por la ventana y cruzó sus manos delante de sus ojos para saludar correctamente.

—Tengo que preguntarte algo nana Timmia. 

—Nunsaib...

—Pero yo quiero saber, ya tengo casi doce años y aún no lo conozco. Nadie a mi edad estaba como yo.

La anciana tomó con el hueco de la mano la mejilla blanca como la nieve del pequeño Nunsaib con una mirada enigmática, dejó salir el aire de los pulmones con resignación y se dio la vuelta para seguir colocando sus cosas.

—Tú no eres como los demás, Nunsaib.

—Seguro que sabes mucho más sobre él.

—Nunsaib, todavía hay  tiempo para que encuentres a tu alfa, él llegará cuando tenga que llegar.

—Pero estoy solo, todos conocen a sus alfas menos yo.

—Nunsaib, tu alfa no es de este lugar, no está aquí y es lo que sabemos. Aún eres joven, cuando crezcas sabrás más cosas aunque tienes que entender que yo no se tanto como crees.

—Pero las piedras te hablan, te dicen el futuro ¿Por qué con esto no tienes más información? Creo que me ocultas algo nana.

—¡Nunsaib! No seas insolente.

El joven omega se tiró al suelo de inmediato de rodillas para pedir perdón, agachó la cabeza todo lo que pudo y se mantuvo en silencio. La anciana bajó la mirada con tristeza, era normal que Nunsaib estuviera así, todos los omegas se sometían a la prueba de la alianza para saber quién era su alfa y se emparejaban ya desde que tenían unos seis años. La diosa Laela era quien unía a alfas y omegas azules, era la diosa de las uniones, de la fertilidad y del amor. Primero eran compañeros de juego, hermanos que se protegían mutuamente y se iban conociendo poco a poco. Con el paso de los años, cuando la naturaleza hacía su trabajo y se convertían en jóvenes, de hermanos pasaban a amantes y compañeros de vida. Pero Nunsaib no tenía alfa cuando se sometió a la prueba y estaba pasando su infancia sin su compañero o compañera de vida. 

Veneno Alfa: La Montaña NevadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora