En 1870, Marlenne Fitzgerald conoce muy bien los pros y contras de provenir de una familia en donde sólo hay mujeres.
Uno de los beneficios es que cada una de ellas conoce el poder que lleva dentro, pueden sacar a relucir las capacidades que poseen...
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«SAIGHEADBOIREANNACH» V. Inverness. _____________________________
—¡Madelaine!— gritó Adela.
La aludida entró con las manos llenas de tierra pues estaba sembrando semillas de calabaza. Se asustó al oír a su hermana tan inquieta, sobretodo considerando que anoche había llegado exhausta y no había si quiera cenado.
—¿Todo bien?
Adela la observó de pies a cabeza, sorprendida por verla levantada tan temprano. Notó que su rostro estaba algo sonrosado debido a las bajas temperaturas.
—¿Qué haces afuera tan temprano?
—Pues necesitaba hacer el almacigo y después iré a ayudar a la señora Saunierecon las plantas— explicó—, por eso me levanté apenas noté que la mañana empezó a clarear.
Su hermana frunció el ceño ante aquella contestación, consideraba que Maddie aún era pequeña como para ponerse a trabajar aunque fueran labores pequeñas y sin mayor desgaste.
—¿A qué se deben tantos gritos? Me asustaste, creí que te había pasado algo a ti o a Anabella.
—¿Dónde está tu hermana?
—¿Cuál de todas?
—No juegues conmigo Madelaine, quiero saber a dónde está Marlenne.
Madelaine no percibió nada extraño en el semblante de la rubia mayor, sólo un atisbo de curiosidad inminente.
Ahí estaba Adela Fitzgerald controlando todo a su paso.
—No lo sé, cuando desperté ya no estaba y tampoco estaban ni su arco y la bolsa de cuero dónde están las flechas— respondió sin inmutarse—, lo más seguro es que haya ido a cazar, anoche mencionó que tenía ganas de comer carne de ciervo.
Ante la respuesta, la mayor de las Fitzgerald se quedó algo más tranquila. Su inquietud se había disparado al notar que su cama estaba pulcramente estirada, eso no era raro en Lenna, sin embargo, la noche anterior había estado particularmente callada y cariñosa con ella. No es que fuera algo totalmente ajeno a la joven, no obstante, Adela durante los años había desarrollado el instinto maternal y podía percatarse perfectamente de que a Marlenne algo la tenía fuera de sí misma, con los pensamientos atolondrados y en desorden.
—Bien, entra a desayunar pronto— declaró al fin —, ni creas que vas a salir sin comer como se te ocurrió hacer el otro día, después andarás desmayándote por la fatiga.
Adela entró y siguió bebiendo el café de grano que había comprado, mientras trataba de olvidarse de las oscuras visiones que volvían a su mente cada cierto tiempo; luchaba contra las cavilaciones y recuerdos de ella y Isaac Thompson, no podía darle lugar a esas sentencias si no quería derrumbarse por completo en la miseria de haber escogido ese modo de vida. Se acercó al montón de ropa que había en una de las sillas y comenzó a coserla con calma, prolijamente para que los hilos no se vieran descuidados o hechos a la rápida.