Capítulo 4: no escuches el piano.

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—¿La oficina está lejos de aquí? —preguntó mamá nerviosa, entrelazaba sus dedos en movimientos rápidos.

—No, no... es aquí mismo, en el pasillo del fondo, mañana las escoltamos, mientras tanto, descansen —finalizó Hanson.

«¿Escoltarnos por un pasillo?»
Le eché un vistazo rápido y entendí, más que pasillo era todo un callejón, era imposible ver dónde terminaba, había decenas de puertas en ambos lados, afuera de ellas había estatuas de bronce con cabezas de animales.

—Síganme, por favor —dijo el mayordomo.

Subimos por una amplia escalera caracoleada de madera, que, creí crujiría, pero no, se mantenía firme, no como nuestros pisos. El ambiente olía a vainilla y enebro. Me sofoqué de subir casi sesenta y tres escalones, los pisos eran altos, ¿caminaran gigantes por aquí? Pues si no, no entiendo los techos y las puertas enormes.

Pasamos por un pasillo alfombrado, totalmente limpio, sin ninguna pelusa merodeando, por donde miraras, todo era impecable, esquijamas libres de polvo, los candelabros relucientes y con cristales pulidos. Mamá y Xalimar avanzaban con temor, con las manos al pecho y mirando a todos lados con la boca abierta. Yo trataba de mantenerme erguida y fingir que nada me causaba sorpresa.

Había varias recámaras, lo curioso también eran las manijas, eran doradas, pero diferentes, con formas de animales; león, oso, algo parecido a un reptil, quizás sea una víbora o un cocodrilo... más adelante una manija de venado, caballo, cerdo y conejo, todas con cristales incrustados en los ojos, con detalles finos y pequeños.

Llegamos a la última puerta, pero esa no tenía ningún símbolo, un picaporte común y corriente, redondo, pero también de color dorado.

—Esta es su habitación, señora Blanchard —dijo el mayordomo mientras buscaba la llave en su mandil.

—Pero... ¿Y mis hijas? —inquirió con preocupación.

—Ah... descuide, tienen su propia habitación, en seguida las llevo —escuchar aquello me hizo revolotear de alegría y casi aplaudo de impulso. Me mordí los labios para evitar esbozar entusiasmo.

—Pero... —mamá dudó.

—Bueno, si lo desean pueden dormir en la misma habitación, la cama es bastante amplia, no hay problema, yo solo quiero su mayor comodidad —Camille reflejo una amplia sonrisa que abarcaba todo el diámetro de su rostro, con dientes blancos y brillantes, se le marcaban hoyuelos en las mejillas.

—Yo me quedo con mamá —chilló Xalimar y se agarró a su vestido.

—Yo no —rompí la ley del hielo—, yo sí quiero otra habitación. Camila asintió.

—Acompáñeme.

Lo seguí, regresando a las puertas principales y nos detuvimos en la que tenia manija en forma de conejo.

—Servida —hizo una reverencia y me indicó pasar.

Inevitable no quedarme boquiabierta, era fantástica, amplia, con una cama al medio grande y de sábanas cafés de seda, una cabecera de madera con detalles grabados y cristales. Arriba de la cabecera estaba una cabeza de conejo tallada en oro, parecida al del picaporte. Todo me encantaba, el tocador, la puerta hacia el baño, la alfombra roja, todo estaba meticulosamente diseñado. El candelabro arriba de la cama, era de luz cálida, dejaba caer en cuerdas doradas pequeños cristales con muchos cortes.

Abrí el armario, había batas blancas y marrones, sábanas aterciopeladas dobladas en hilera, todos de la misma gama de colores. Estaba en un sueño del cual debían matarme antes de forzarme despertar.

Madame Bistró (✔️) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora