Capítulo 5: el piso ya no cruje.

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Mi estómago palpitó cuando escuché aquella voz juguetear mi nombre entre sus labios y su lengua. De mi esternón a mi vientre corrieron millones de hormigas dando pequeños piquetes indoloros que pausaron mi respiración. El dio otro paso hacia adelante y me atacó un espasmo, sentí que una gota de sangre resbaló de mi entrepierna y salí huyendo, mientras me apretaba contra la toalla contra el pecho.

Corrí golpeándome torpemente con todo, escuché como una de las estatuas cayó haciéndose pedazos. Creí que aquel hombre correría tras mio después de romperle sus adornos, voltee rápidamente, pero aunque estaba oscuro, no, nadie me seguía, pero sentía tanta adrenalina que subí las escaleras de brinco y aprisa, cerré de un portazo la habitación y dejé caer mi peso contra la puerta. Miré el picaporte pensando que en cualquier momento podría moverse.

Jadeaba, mis pulmones los sentía vacíos, me costaba recobrar el aliento... fruncí los ojos y podía ver nuevamente aquel rostro pálido mascullando mi nombre como quien tiene una fresa jugosa entre sus dientes.

Me puse en pie y me senté en la cama sin dejar de ver la puerta. Escuchaba deslizarse por las esquinas esa melodía y automáticamente mis dedos de los pies querían moverse y desobedecer mi autocontrol. Me recosté y me puse dos almohadas contra los oídos, apreté hasta dejar de escucharla...

No sé cuánto tiempo me mantuve así, quizás fueron treinta minutos o quizás cuatrocientos... no tenía idea de qué hora era, pero el sol comenzó a esbozar poco a poco por la ventana. Me paré frente a ella, yo seguía envuelta en la toalla, aunque ya estaba más que seca. Los rayos acariciaron mi pecho y el ligero calor golpeó mi vientre acurrucando el dolor.

Todo se veía blanquecino allá afuera, la nieve había caído por la noche y dejó una sábana cadavérica por todo el césped, los rosales tintaban con moronas albinas, lucían majestuosos. El aire los mecía de derecha a izquierda como si bailaran con el amanecer.

Toc, toc

Tocaron la puerta de forma apresurada. Lo primero que pensé es que era aquel hombre quien venía a reclamarme lo que había roto. Tragué saliva y me dispuse a pensar qué decir. Pasé mi mano entre mi cabello llevándolo hacia atrás.

—¿Sí? —dije nerviosa. Esperaba que alguien respondiera antes de abrir.

—Hija, abre la puerta —giré la manija—. ¿Qué haces así? Ya es tarde, debíamos estar allá abajo a las 9:00 am. No te has desenredado el cabello... ¡a ver! Siéntate, voy a cepillarte —me hice a un lado.

—Tomé un baño hace unas horas, solo estaba esperando que amaneciera para pedirte mi ropa y... —mamá no evitó observar las manchas de sangre en la toalla. Sus ojos se crisparon en horror.

—¡Hija! ¿Estás bien? ¿por qué tienes sangre? ¿te resbalaste en el baño? —Mamá se acercó queriendo inspeccionar que tuviera una herida. Le quité las manos de encima.

—¡Está todo bien, sí! es menstruación es todo —dije a secas. Ella se llevó las manos a la boca en modo de sorpresa.

—Nena... me hubieras avisado... cariño ¿te sientes bien? Si quieres quédate recostada, bajaré con tu hermana...

—¡por favor! No estoy enferma, no me quedaré como lisiada en cama. Dame mi ropa ¿sí? —ella pasó a la recámara y cerró la puerta. Sacó de su pequeño maletín un vestido delgado color café y ropa interior limpia, de su bolsillo anterior sacó un paño.

—Toma, ponte esto, el paño lo colocas en...

—Sí, sí, lo sé, ya, está bien, no soy estúpida —tomé las cosas y me metí al baño. El vestido me quedaba un poco flojo, pero estaba mejor así, mi vientre estaba un poco abultado por la inflamación. Traté de acomodarme el paño de forma segura.

Madame Bistró (✔️) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora