Capítulo 26: Welcome

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Faltaban cinco semanas para la fecha en que aproximadamente el médico me indicó que podrían llegar los dolores de parto. Me levantaba al baño de tres a cuatro veces en la madrugada. El vientre presionaba tanto la vejiga, que ya no podía contener ni un vaso de agua dentro —en sí, todos mis órganos estaban hechos un nudo—
En una de esas veces, como si abriesen la llave del lavamanos, sentí la entrepierna caliente, como cuando llega la menstruación. Mi espalda se erizó.
Apenas bajé mi mano para saber qué era aquel liquido, cuando un calambre me llegó desde la cadera hasta la tripa, simular a un rayo partiéndome por la mitad.
Nunca sentí dolor más mortífero. Apenas y me alcanzan las palabras para describirlo. Sigo creyendo que diez cuchillada se sentirían como cosquillas si lo comparo con esa noche. Sigo sin comprender cómo una mujer puede vivir después de experimentar una contracción.

Un líquido verdoso manchó mi mano.

Grité.

Otro dolor llegó con más fuerza. Me rompí la garganta con otro grito. Sentía que nadie me escuchaba, el tiempo me pareció eterno para que alguien llegara a socorrerme. El vientre se me ponía duro, como una piedra, creí que en cualquier momento saldría El Niño y se iría contra el piso.

Me dejé caer, me tube con los codos en el suelo.

Pedí ayuda, me desgarré tratando de que me escucharan.

En cuanto uno de los dolores cesó, como pude me arrastré para girar el picaporte y pudieran escucharme.

La primera en llegar fue mi hermana, al verme tumbada en el suelo me ayudo a ponerme de pie, y otra contracción me atacó. La guerra mundial se estaba desatando en mi cuerpo.

Pensé en aventarme por la ventana, en degollarme con una peineta, era tan insoportable, que creí que solo muriendo iba a poder descansar.

—Te ves pálida —me dijo apenas me vio. Lo que menos quería era una crítica.

Volví a gritar. Cuando creía que ya no podría ser peor, el útero me demostraba lo contrario.
Qué órgano más desalmado, más letal. Un órgano que mide 8 cm puede llegar a expandirse hasta 35 y pasar a ser el arma más fatal y sin salir de la piel. Me sentía mi propia enemiga imponiéndome una sentencia.

Odié y maldije el día que dejé que se metieran entre mis piernas, odié el sexo, odié a todo el mundo, hasta mi propio nacimiento.

Vi como las sábanas se manchaban con esa agua verdosa, y poco a poco se combinaba con sangre.

Camile, el estúpido Camile llegó. Se puso la mano en la frente con angustia y pronunció:

—Se va a morir —hizo una mueca y volteó en busca de ayuda.

Aquella frase...
cuatro palabras, hicieron que saliera de mis pensamientos. Cuatro palabras que me quitaron el «Yo». Cuatro palabras que fueron como un hechizo.

Madame Bistró (✔️) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora