Capítulo 23: El secreto de Camille

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Los preparativos para la fiesta de cumpleaños de Atticus estaban en marcha, se realizaría aquí mismo, Camille traía una lista de las cosas por hacer

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Los preparativos para la fiesta de cumpleaños de Atticus estaban en marcha, se realizaría aquí mismo, Camille traía una lista de las cosas por hacer. Esperábamos cerca de cien personas en la mansión, solo los más cercanos a la familia durante los últimos dos siglos. ¿Qué de diferente tenía está celebración? Que caía justo en el día y la fase lunar de su nacimiento. Sus padres de Atticus siempre presagiaron una gran vida para él, su deidad «moloch», le habló a su madre en sueños para decirle que su pequeño hijo que estaba por venir sería un líder, con gran inteligencia, persuasión, y no habría quien no le temiera ¿causa risa, no? Yo no soy religiosa, por eso nunca me causó temor, sino otras cosas.

—Los músicos ¡Ya llegaron los músicos! Anda, anda, escombren aquí —ordenó Camille a las espoirs—, estas llegaron más lentas —refunfuñó.

Tenía un estrés abismal, gritaba con severidad a toda la servidumbre, él quería todo Perfecto. Llegaron catorce músicos, violines, violonchelos, oboes, guitarras, dos barítonos y tres sopranos. Bajo uno de los pianos del ático por si nuestro amado señor nos hacía el honor de deleitarnos con alguna pieza.

El lugar se aromatizó con incienso de jazmín, se cambiaron las alfombras, se sacudió hasta el último rincón. Las sirvientes tenían uniformes nuevos, todas vestidas de color vino, con encajes blancos en las manos, todas con el cabello bien recogido en un moño.

—¡¿y los bollos?! ¿No han llegado los bollos?! —preguntó Camile a una de las espoirs que había designado como líder de las de la cocina.

—No, mi señor.

—Diablos, diablos —Tiró de la piel de sus mejillas—, ¡debieron llegar antes de las seis! Vete a la puerta, ¡quédate ahí hasta que lleguen para que los metan enseguida!

La espoir obedeció agachando la mirada.

Se dirigió a la cocina a verificar que todo estuviera en orden, las salsas, las copas para los vinos, las jarras, las tablas de quesos y tazones con cerezas.

—¡¿Y el tributo?! —me pregunta—. Espero que esos mediocres estén preparados.

—Están abajo, esperando su número en la fiesta —reí.

Porque una fiesta, no es fiesta sino hay una muerte por lo menos, esta vez, teníamos a cuatro traidores, hombres que estaban trabajando para nosotros y comenzaron a dar información a medios locales sobre la construcción de los túneles, cuatro desgraciados que les dio por hacerse los arrepentidos y tratar de enmendar sus errores, como si no estuvieran hasta la corona de enlodados. Qué asco me da esa gente.
Estaban abajo, en las jaulas, esperando ser sacrificados.

Me dirigía a mi recámara, pero algo llamó mi atención, en la otra ala del segundo piso, una espoir salía de la recámara de Camille con un Caja blanca, sus pasos iban hacia la recámara de Atticus.

—Ey —grité—, espera.

Ella se detuvo, y bajó la vista.

—Sí, ni señorita.

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