🔞 ¿Las personas malas nacen o se hacen?
Juliette Blanchard, una mujer francesa nacida en una familia de posición económica alta, un día pierde todo a causa de la muerte de su padre. Su madre, Isabelle Blanchard, por varios meses intenta sacar a sus...
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La voz de Camile se escuchó entre el tumulto ajetreado y eufórico, pidiéndoles que me soltaran. "Es una invitada del señor Bistró", dijo él, estos se miraron entre sí y con cara de confusión me soltaron, ni se fijaron cómo caí. Camile me tomó por el hombro y me llevó caminando hasta una oficina muy al fondo. ¿Quién iba a pensar que un salón inmenso se encontraba debajo de la hectárea? Paredes altas, rojas, un piso con azulejos blancos y negros similares al de un tablero de ajedrez. Había algunos detalles en el techo y en los pilares, pero no me detuve a observarlos porque no podía dejar de ver a aquellas mujeres derramando su vida en la fuente. La sangre caía a chorros desde su cuello, jamás pensé que hubiera tanta sangre en cuerpos tan escuálidos, y era impresionante cómo seguían retorciéndose a pesar de que habían quedado vacías, es como si sus cuerpos se rehusaran a morir. ¿Cómo me sentía yo? No quiero decir que tenía miedo, porque estoy segura de que no era eso, más bien una impresión, un poco de susto, pero es que no es como que sea cotidiano y casual encontrar algo como esto. Me sentía en un sueño surrealista, esos que en cuanto despiertas te causan gracia porque no tienen sentido, y no entiendes cómo es que fuiste capaz de imaginarlos y ni siquiera sospechar que estabas soñando.
Me quedé sentado unos minutos en un sofá de la oficina, tardé tanto en procesar la situación, mirando a la nada, esperando que en efecto, fuera un sueño.
—¿Señorita? —dijo Camile frente a mí y me sacó del trance. Él se encontraba sereno, fresco, o sea, no era ninguna sorpresa lo que estaba pasando, bien sabía del ritual, y también sabía que yo terminaría ahí. No mentiré, sentía el corazón algo agitado, pero también extasiado, la situación de peligro, la respiración rápida y la falta de aire me daba cierto placer—. Lo lamento, mi señorita, un incidente —Movió sus manos en plegaria, pero no una plegaria real de disculpas, esas jamás se las creí, pues sé que él no estaba arrepentido en absoluto del jalón que me dieron aquellos cerdos, literalmente cerdos. Camile tenía algo personal contra mí, lo especulaba, mas no estaba segura, pero el tiempo, para mal o para bien, siempre saca a flote los secretos.
—¿Por qué lo hacen? —inquiero con la vista fija en sus ojos oscuros y hundidos.
—¿Hacer qué?
—Te haces el tonto... ¿no se supone que serían libres? ¿Quiénes son todos ellos? ¿Dónde está Atticus? ¿Este es su negocio? ¿Las personas pagan entrada como si esto fuera un circo?
—Una señorita está asustada —arrastró el sonido de la S en su babosa lengua.
¿Y quién no? Siempre presentí algo raro, tal vez un negocio ilícito en menor grado, y ni pensar que lo que estaba presenciando solo era la punta del iceberg.
—Yo no tengo miedo, Camile, y llegar aquí tampoco fue accidente, lo sabes ¿por qué les mienten?
—Señorita —carraspea la garganta—, es un acto de misericordia —extendió su sonrisa, era como ver solo un esqueleto con algo de pelo y ropa ceñida. Qué feo era el tipejo.