Capítulo 21: Ya está dentro.

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Mi hermana se dio cuenta de todo, del por qué mis insistencias en ir a la plazuela, el tiempo que tomaba en la repostería

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Mi hermana se dio cuenta de todo, del por qué mis insistencias en ir a la plazuela, el tiempo que tomaba en la repostería. Ahora ella sentía que tenía una carta maestra bajo la manga. Pero no iba a hacer falta que ella delatara nada, se sabría. Yo estaba jugando con fuego.

El problema fue, que, tal y como lo vi en el baile, Xalimar estaba bobamente encantada con Elrond. Me preguntaba qué más sabía sobre él, sí familia, sus pasatiempos o su color preferido. Insistía en querer regresar y saludarlo, mas yo no quise regresar en unas semanas. Estaba arrepentida, realmente arrepentida ¿en qué momento creí que sería buena idea llevarla? Me jacto de ser inteligente, pero como todo humano, tengo episodios de estupidez.

—Vamos, Juli, quiero llevarle un arreglo de flores para su negocio, algo que pueda poner en su vitrina. ¿Por qué no quieres volver? ¿Ah?

Aguardé silencio mientras vaciaba lacre para sellar unos comunicados que mandaría a unos socios.

—¿Qué pasa? Es injusto que solo tú puedas tener contacto con las personas, yo siempre estoy aquí,
clases, leyendo, bordando, tu sales, viajas, ¿y yo? ¡por dios!

—Ya iremos a algún viaje ¿contenta? Ajustaré para que vayas con nosotros al siguiente —Apilé los sobres.

—Sabes bien lo que quiero decir, quiero verlo a él, por favor ¿viste como miraba? Cielos... ese pelirrojo es un amor, es como un pan de canela y jengibre y...

—¡Cierra el maldito hocico! —Golpeteé el escritorio. Me ofusqué, él no la miró de forma inusual, sino con pena, seguro preguntándose por qué lucía tan enferma.

—¿también quieres quedártelo? ¿Eh? ¡Todo quieres para ti! —Levantó la voz y me apuntó con el dedo—, Tienes algo con nuestro padrastro ¿querrás algo también con Elrond? ¿Eres tan nefasta? ¿No te parece injusto? El mundo no te pertenece.

Le di una bofetada. Mis manos quedaron marcadas en su rostro. Una lágrima le corrió hasta el labio. Me miró con recelo.

A mí me pertenece todo lo que quiero, todo lo que toco, todo lo que piso.

—Mataste a nuestra madre, a nuestros hermanos, y ahora te vuelves una... —gruñó, un párpado le brincaba—, ¡Ramera! Eso eso lo que eres. Cuando Atticus se entere de a qué ibas tanto a ese lugar ¿qué hará?

—¿y por qué se va a enterar? —La empujé contra la pared. Aunque ella se estatura me sobrepasaba ocho centímetros no tenía valor de ponerme mano encima—. ¿Se lo dirás?

Me dio la mirada más despectiva que pudiese tener y salió corriendo, como una niña regañada. No era capaz de decírselo, ya lo hubiese hecho. Tampoco mantendría la ley del hielo por mucho tiempo.

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