Capítulo 17: Entierro.

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El primer entierro al que asistí, al de mi madre

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El primer entierro al que asistí, al de mi madre. Tuvo suerte, las sirvientas lloraban a moco tendido, mínimo fue una despedida honorable, gente gimoteando, lamentándose, rezando por los bastardos, aunque ni los conocieron.

Todos vestidos de negro, hasta yo, pero no por luto, sino porque el negro ha sido mi color favorito. Vi como bajaron a mi madre en ese pozo de cuatro metros, después a los aborígenes en una caja blanca, ambos en la misma, eran muy pequeños, así que los acomodaron como si estuviesen abrazándose. Era una pena, iban a ser lindos, eran rubios y con el cabello rizado y los labios gordos, parecidos a los querubines que pintan en los techos de las iglesias. Y cómo todo querubín, qué bueno que regresan a su hábitat, el cielito.

Atticus estaba parado junto al agujero, toma una pala y lanza el primer bulto de tierra, después dos hombres más lo apoyan. No podía ser más hipócrita, su semblante era terrible, parecía triste, pero sé que en él no cabe ese sentimiento ¿llorarles a dos críos? Pero si tiene decenas debajo de la casa lloriqueando por pan, no sé cómo no se queda alguno de esos, incluso he visto a dos que tres por ahí con mejores rasgos, pero prefieren exprimirlos o destazarlos como reces.

Mi hermana estaba junto a Atticus, él algo le susurró al oído y le pasó la mano por los hombros, acercándolo a él como a una hija. Estaba callada, no quiso hablar conmigo, ni siquiera se arregló en mi recámara, ni se sentó junto a mí en el auto. El doctor cuando la declaró muerta dio el veredicto, todo apuntaba a un suicidio, mi madre le puso veneno a su jugo, quizás las hormonas comenzaron a causarle depresión, no lo vimos a tiempo, es una pena, lucía tan radiante, pero dicen que así son estás enfermedades, un día sonríen y al siguiente se ahorcan. Xalimar no lo creyó y me miró como si yo fuera la culpable, eso me ofendió.

Una vez enterrados por completo, el grupo de músicos entonó tres canciones, eran buenos, se sentía la nostalgia digna de los cementerios, por ahí derramé dos lágrimas, me conmovieron.

Atticus no volvió a ser el mismo, dejó de tocar el piano por meses, sigilosamente me ponía al pie de las escaleras esperando escucharlo, pero, aunque la luz estaba prendida, no había más melodía

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Atticus no volvió a ser el mismo, dejó de tocar el piano por meses, sigilosamente me ponía al pie de las escaleras esperando escucharlo, pero, aunque la luz estaba prendida, no había más melodía. Me hablaba, como le hablaba a cualquier otra persona, ya sin ningún intento de nada.

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