🔞 ¿Las personas malas nacen o se hacen?
Juliette Blanchard, una mujer francesa nacida en una familia de posición económica alta, un día pierde todo a causa de la muerte de su padre. Su madre, Isabelle Blanchard, por varios meses intenta sacar a sus...
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Pasé días sin hambre. Cuando estaba a la mesa venía a mi mente la imagen de la cabeza de Vitalis separada de su cuerpo, sangrante, con hebras de carne saliendo de ella y sus vísceras desgarradas, regadas por el césped.
Atticus, había sido él quien lo mandó a matar, pero me preguntaba el por qué, y solo llegaba a la conclusión de que fueron celos, cosa que no me explicaba, sentir celos cuando andaba entrelazado del brazo de mi madre, entonces ¿qué me tocaba hacer a mí? En fin... la muerte de aquel joven de cabello rubio fue mi culpa, el pobre me decía que no, que me detuviera, y yo seguí, él sabía lo que podía pasar. Solo me dio clase unos cuantos días, pero le había tomado aprecio, era atrayente escucharlo hablar como si conociera todas las ciencias existentes. En su lugar llegó un viejete sesentón, el profesor Donatello, pero de esos a los que sí se le nota la edad, no era malo dando clase, era bueno, muy bueno, sabía más de ocho idiomas y dominaba los números a la perfección y sin titubeos, avanzábamos los temas rápido, no perdía el tiempo, el temario lo temíamos casi terminado, así que añadió el enseñarme latín y sumerio, lenguas muertas. A decir verdad yo quería aprender finlandés, le dije que me parecía más útil eso que aprender lenguas muertas que ya nadie habla, pero él sonrió y apaciblemente y me dijo que abren más puertas de lo que creo. Lo bueno de su desagraciado aspecto era que me hacía mantener los ojos pegados a la pizarra, porque a su traje escurrido no había nada que verle.
Por las noches seguía escuchando aquella melodía provenir de la oficina del asesino, para el colmo yo estaba sufriendo de insomnio, así que me cubría las orejas contra las almohadas y las sábanas para no escucharlo, otras veces opté por dormir en la bañera a puerta cerrada, ahí el sonido era menor. Su música conmovía algo en mis adentros que me hacía querer correr a verlo, sentarme y escucharle a un lado, y cada día parecía que se esforzaba más para que bajara, cada día era una canción diferente, más entrañable y cautivadora que la anterior, pero yo no quería ser ninguna vaca que va en cuanto suena la campana, pero qué difícil era, así como era difícil andar por la casa durante el día, cual fugitiva, caminando rápido por los pasillos esperando no topármelo, no estaba preparada, porque en mí había dos sentimientos creciendo como bola de nieve que baja desde la montaña más alta, algo parecido al cariño, aunque quiero inclinarme por atracción y también odio, mucho odio.
Por suerte, esa noche no se escuchaba ningún piano, y digo suerte porque tenía muchísima sed y había olvidado pedir que rellenaran mi jarrón, por lo tanto, tenía que bajar. Me ceñí mi bata de dormir y me dispuse a ir a la cocina, apenas entré vi a dos espoirs cortando espárragos, a una ya la había visto, estaba enseñándole a la otra, la otra era nueva para mí.
—Buenas noches, vengo por algo de agua —dije al entrar, iba a servirme yo misma, pero una de ellas, la que no había visto se acomidió a tomar mi jarra y servirla. Escuché algunos ruidos que provenían de la puerta trasera y por el cristal vi a otras cuatro espoirs, lo cual para mi fue extraño, pues de madrugada no suelen trabajar—. ¿Y por qué hoy trabajan de noche? —pregunté.