Capítulo 19: ¿Quién soy?

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Volví a la repostería como cada domingo, entraba y salía con treinta de esas galletas, siempre que llegaba tenía la intención de decir algo más, pero callaba, me quedaba en blanco cada vez que veía Elrond, que, por cierto, era sumamente parlanchín...

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Volví a la repostería como cada domingo, entraba y salía con treinta de esas galletas, siempre que llegaba tenía la intención de decir algo más, pero callaba, me quedaba en blanco cada vez que veía Elrond, que, por cierto, era sumamente parlanchín, me había contado ya media vida en un santiamén, había crecido en un poblado a unos kilómetros de aquí, el negocio de postres era su herencia desde su tatarabuelo, tenían cierta fama en los alrededores, fama bien ganada, sus combinaciones de sabores y texturas eran inusuales, cuidaban los detalles,
mermeladas impecables, frutas bien seleccionadas y, apenas abrías la puerta ya estabas con la saliva escurriéndote por las comisuras. Yo no sabía de qué hablarle, me preguntaba por mis pasatiempos, mis gustos, los sitios a los que me gustaba ir o si me gustaba viajar y a dónde, mis padres, infancia, metas, estudios...

tenía que decir muchas mentiras obviamente.

—¿Lo mismo de siempre, Juliette? —preguntó Elrond mientras se limpiaba la harina de las manos. Noté que tenía varias cicatrices en los dedos, seguramente cortes por el trabajo.

—Sí, pero esta vez cóbrame —insistí, pues siempre se empeñaba en regalarme las cosas. A este punto, ya me sentía apenada de comerme su trabajo, y ahora, viendo que el joven ha estado a punto de perder las manos decenas de veces, me sentía una gorrona, y... no venía por eso, realmente ni siquiera iba por las galletas. Es que, ahí, al hablar con él, me sentía diferente, no por la sarta de mentiras y vida que le inventaba sobre mí, sino que había algo más, como que no era yo, sino otra, una mujer diferente. Mi mente siempre estaba a mil por hora, pensando en lo que haría en una hora, en la noche, día siguiente, la semana que viene, el año que viene. Y ahí, mi mundo se detenía, no podía pensar en más, solo en escucharlo, él amaba su trabajo, amaba a su familia, amaba vivir cerca del horno, tanto así que, decía que así esto no le diera para vivir, seguiría haciéndolo.

Elrond no quizo cobrarme, enseguida hizo una cara de susto, era muy expresivo con su rostro tanto como con su voz, hasta un punto cómico. Era inevitable no reír ante sus gestos muy marcados.

—No, no, imposible, si hasta llevan tu nombre, sería un crimen, madmoiselle —Colocó perfecta y delicadamente cada galleta en una caja color rosa.

—Si no me cobras esta vez, te prometo que no regreso —sentencié.

—Se me ocurre otro pago —dijo, amuzgando los ojos un tanto sospechoso y dibujando una sonrisa bien marcada, llena de diablura, pero con inocencia. Como un niño apunto de confesar un plan que involucra una travesura.

—Dime.

—Habrá un baile nocturno en el centro de la plazuela el último sábado del mes, se festeja el día de la luciérnaga, tu sais bien, entra el verano, ven conmigo.

En cuanto hizo aquella invitación, me pasmé.

Había dicho «baile», moverse de un lado a otro al son de una melodía, una actividad altamente estúpida, pero sentí un apretón tierno en el pecho, ligeramente sonreí y entonces Apuñé una mano con mucha fuerza, las uñas se me enterraron en la Palma, me sentí enfadada, con una acidez subiéndome hacia la garganta. No me conocía y eso me volcaba la cabeza. Como si esa otra yo se irritara de mí misma.

Madame Bistró (✔️) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora