Capítulo 13: El padrastro.

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Dejé que Xalimar se arreglara en mi recámara, incluso noté que se trajo algunos vestidos consigo como si se estuviera mudando de recámara y los guardó en el armario, no me pidió permiso, pero tampoco se lo cuestioné

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Dejé que Xalimar se arreglara en mi recámara, incluso noté que se trajo algunos vestidos consigo como si se estuviera mudando de recámara y los guardó en el armario, no me pidió permiso, pero tampoco se lo cuestioné.

Me daba pesar su semblante serio y decaído, es decir, estaba triste, y eso solo acrecentaba mi rencor. No se arregló el cabello, solo se lo cepilló para que no tuviese nudos. Se levantó del sillón del buró y me dejó el espacio libre para terminar de arreglarme.

Era inevitable darme cuenta de que estaba creciendo, casi estábamos de la misma estatura, ella iba a paso veloz. Ya no éramos las mismas niñas que llegaron a la mansión. Xal ya no parecía una bola grasosa y rosada, se apreciaban sus pómulos y la barbilla más definida, incluso sus pechos ya sobresalían como dos pelotas de baseball, grandes para tener doce años. Se parecía mucho a Isabelle, su nariz pequeña, sin tanto puente nasal, el surco nasolabial remarcado, y los ojos almendrados, eran una fotografía de aquella señora, a excepción por el cabello negro y lacio heredado de mi padre, pero su figura se estaba tornando idéntica, como una pera, hombros pequeños y cadera ancha, en cambio yo, tenía los hombros un poco más anchos que la cadera, y mis pechos parecían apenas del tamaño de dos ciruelas.

—Quita esa jeta —le ordené.

—No tengo otra —musitó con desgana mientras se entretenía con un mechón de cabello para quitarse las puntas abiertas.

—Esas respuestas son mías, tú no eres así, Xal —le di un tirón en el cabello. Ella dejó escapar una risa tristona.

Me desesperaba en sobremanera su forma de ser hiperactiva, gritona y ocurrente, pero verla apagada también me estaba irritando.

—Mamá se va a casar ¿verdad? —inquirió sin regresarme a ver.

Era obvia la noticia, no hay que ser muy brillantes, se largó casi un año, es evidente que no fue un viaje de buenos amigos donde cada uno tuvo su distancia, recámaras separadas y pláticas con cordialidad y respeto. No, es claro lo que sucedió y qué asco imaginarlo, pero una parte de mí quería aferrarse a la idea de que la noticia era otra situación, un proyecto, un trabajo, un viaje, una venta importante. Sí, también tengo mi lado estúpido e ingenuo, cosa que debí corregir a tiempo para evitarme problemas.

La cena estaba lista, cerdo en salsa de quién sabe qué, vino rosado, pan recién horneado, frutas frescas, y mi madre a la mesa arreglándose sus perfectos bucles, vestida de color púrpura con un gran collar pesado que le caía del cuello hasta el pecho. Nos vio de pies a cabeza y abultó sus mejillas en una amplia expresión de felicidad.

—Mis dulces niñas, siéntense, siéntense —alardeó como toda una anfitriona de la gran casa.

Qué ganas de quedarme parada nada más para desobedecerle, pero ambas nos sentamos.

Una de las espoirs llegó con una tartaleta, y aprovechó para servirnos la bebida en las copas.

Isabelle negó y pidió un jugo de arándano, mientras se acariciaba el vientre.

Madame Bistró (✔️) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora