Era un día hermoso. Manejando sin ninguna preocupación en su Mercedes, disfrutaba del amplio panorama que se divisaba a su lado; el mar. Sin duda visitar el Zlatni Rat, mejor conocido cómo el cabo dorado había sido una idea bastante buena para vacacionar durante el verano. La playa angosta con piedras blancas era un lugar relajado y si tenías los recursos suficientes, podrías disfrutarlo aún más sin estar rodeado de tantos turistas. Helmut Zemo no quería presumir, pero él contaba con dichos recursos. Y era claro que no lo iba a desaprovechar.
Le hubiera gustado que James hubiera estado con él. Claro, eran las seis de la mañana y el pobre aún tenía sueño. En la noche se habían quedado despiertos en la madrugada en el hotel, disfrutando de cualquier capricho que se les pudiera ocurrir. Era claro que el pobre lo ignorará cuando intentó despertarlo, moviéndolo de hombro, ganándose un leve gruñido como una señal clara que le dejará en paz. Y lo hizo. Lo dejo en paz y lo dejó.
Tal vez eso era lo mejor. En estas vacaciones habían estado juntos gran parte del día y la noche y un poco de privacidad sería algo que no le vendría mal. Y más cuando estaba a punto de hacer lo que quería hacer.
Fue cuestión de minutos cuando al fin llegó a una de las zonas apartadas de la playa. El sol ya había aparecido, pero su calor no era lo suficiente para quemarlo y la brisa que chocaba con su rostro al momento de salir del auto le ayudó a despertar por completo. Si, hoy sería un gran día y nada lo podría arruinarlo.
Eso al menos era lo que pensaba cuando, al querer avanzar al maletero, el sonido de su celular llamó su atención. Era James, no había duda alguna, pensó mientras sacaba el aparato de sus pantalones. No debería contestar, no podía interrumpir su plan ahora que estaba en marcha. Pero también tenía ese deseo de escuchar su voz. Al menos un momento. No había nada de malo en eso ¿verdad? Contestó.
—Helmut ¿Dónde estás? —Escuchar a James totalmente despierto no le dió una buena sensación. Eso significa que ya se había despertado y lo estaba buscando.
—Me he despertado antes que tú y no quería quedarme en la cama por lo que decidí darme una vuelta —explicó mientras se acercaba a la cajuela que, hasta el momento, se había mantenido cerrada.
—¿Y por eso te fuiste en el auto? —interrogó y Zemo se quedó callado —¿Dónde estás? Sabes que tu terapeuta te ha dicho...
—Se lo que ha dicho —interrumpió con voz amarga—. Pero no pasa nada, James. Sólo necesitaba algo de aire fresco y pensé que darme una vuelta en el auto puede ayudarme, eso es todo. En un momento regresaré al hotel y podemos ir a desayunar juntos ¿qué te parece? —ofreció para dar algo de paz. James sonaba alterado, nervioso. Era su culpa, eso no se podía negar. Y eso no le gustó, ni siquiera un poco.
—¿Por qué no me dices donde te encuentras? Yo iré por ti —respondió en su lugar y Zemo suprimió un suspiro. No debía subestimarlo demasiado; tal vez sus amigos veían a James como una especie de idiota, pero él sabía que era más de lo que aparentaba. Era listo y ahora esa inteligencia lo estaba molestando —Zemo, por favor, no hagas esto, no cómo la última vez.
—No sé de qué hablas —comentó casualmente, decidiendo que era el momento de abrir la cajuela, tomando la cautela de abrir sin hacer demasiado ruido. En el interior, había una mochila oscura, escondida entre varias cosas sin importancia—. Sé que estos momentos han sido difíciles, pero tienes que recordar que soy un hombre adulto y puedo tomar mis propias decisiones.
James no contestó, al menos no de forma inmediata. Zemo escuchó sin decir nada, el sonido de la calle que se filtraba en el teléfono mientras cargaba la mochila en uno de sus brazos con dificultad. Dios, sí que era pesado, incluso podía jurar que pesaba más que la vez en que lo había preparado. No había nada de malo en eso, si pesaba más podría elevar sus posibilidades de éxito. Antes de ponerla sobre su espalda, abrió uno de los bolsillos, sacando una pequeña bolsa de plástico transparente y perfectamente sellada. Dentro de ellas, le esperaban varias pastillas.
—¿James? —preguntó con cautela a su teléfono. No tenía que perder más el tiempo. Debía de colgar.
—Siempre eres tan terco ¿no? —dice James y se paraliza por completo. No sabe qué decir. Tampoco siente que deba —iré por ti ¿está bien? No hagas nada estúpido hasta que yo llegué.
—No soy tú amigo Steve —comentó fingiendo querer dar gracias. No funcionó pero tampoco esperaba que lo hiciera, así que no le afecta —Tengo que colgar. Nos vemos después.
—Sé que estás en la playa, Zemo. —La declaración le heló la sangre. No, no otra vez—. No te preocupes, estaré contigo, sólo no hagas nada.
—Bien, supongo que nos veremos después —dijo vagamente y antes de esperar una respuesta, cortó la llamada. Le hubiera gustado dar una despedida apropiada, algo que James logrará recordar de una manera menos dolorosa.
Sin perder más el tiempo, abrió la bolsa que estaba en sus manos y sin grandes ceremonias, las trago sin agua. Fue demasiado difícil, no podía negarlo, y el deseo de querer escupirla era demasiado fuerte, pero logró resistir y se las tragó de inmediato. No era ningún ingenuo, sabía que tardarían un tiempo en hacerle efecto, pero eso tenía una ventaja. Al menos le haría caminar hasta el mar.
Su camino fue lento, sin duda el peso de las piedras en su mochila era algo bastante inconveniente, pero era necesario, no quería ser enviado de nuevo a la costa sin ahogarse, ya había intentado dos veces con vida con resultados bochornosos. No quería una tercera. Y siguió avanzando. El agua helada del mar salada fue empapando sus pies aún envueltos en esos caros zapatos y conforme avanzaba hacía adelante, el agua fue subiendo, subiendo y subiendo. Pronto, se acostumbró al frío de agua y su cuerpo se negó a cooperar a las suaves olas que quería llevarlo a la orilla, a salvo. No, él no quería estar a salvo.
Fue cuando el agua le envolvió por completó que decidió parar. Ahora sentía que el mar lo había aceptado y lo llevaba consigo. Él aceptó gustoso. De todas formas, tampoco podía negarse, su cuerpo comenzó a colapsar debido a la sobremedicación. No pasaría mucho para perder la consciencia y de ahí no pasaría casi nada de morir. Al menos eso no dolería y no lo encontrarían su cuerpo, al menos no al momento. El mar fue lo único que vió y lo encontró reconfortante.
Sabía que no podía dejarlo solo, lo sabía demasiado bien. Desde la última vez que Helmut Zemo había intentado suicidarse con un arma apuntada en su sien en el invierno pasado, prometió que encontraría ayuda. Que las cosas mejorarían, que lo haría por los dos. Él sabía que las cosas no serían sencillas, pero quería creerle. Él había enfrentado a sus demonios y aunque había sido una mierda, lo había logrado. Sabía que Helmut lo haría también, sólo necesitaba ayuda.
Pero al parecer estaba equivocado. Nada había mejorado, aunque dijera una y otra vez que eso no era verdad. Que al fin había superado cualquier pérdida y dolor que había pasado antes y estaba dispuesto a seguir adelante. No le quedaba opción más que detenerlo de nuevo. Dolía, estaba cansado, pero no había otra opción.
El tiempo se le hizo eterno, pero apenas se percató cuando el taxi le llevó a su destino. Sin verlo a la cara, le tendió un montón de billetes arrugados sin darse mucha atención si había dado la cantidad adecuada y abandonó el vehículo. Sin perder el tiempo, se adentró a la playa, donde sólo encontró el auto de Helmut abandonado y abierto. Era una sorpresa que nadie hubiera robado nada. No había ningún rastro del hombre.
—Helmut —murmura, más para sí mismo. Había llegado tarde, lo sabía a pesar de carecer de pruebas que mostrarán que su teoría era cierta.
Su única respuesta fue el sonido del mar.
Fin.
PD: send help, me dio una crisis existencial, ni le pude poner gore, pero si expuse mis vulnerabilidades :c
Nos vemos mañana, eso espero.
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Goretober
Horreur31 relatos llenos de sangre y un poco más que trama de diferentes fandoms