Capitulo cuatro La intimidad de la alcoba.

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Regalo de Reyes atrasado..., en honor a la verdad me siento poco motivada pocos comentarios pocos votos, pero ahí va... Quienes sí votan y sí comentan merecen que continué, les mando un cariñoso saludo.

 Este capitulo va dedicado especialmente para @lettykarinaRogelSanc y @estervirgini. 

Cruzaron el umbral después de sonar una campanilla dos veces y ser recibidos. En todo momento Shaw la había tratado como un objeto que le pertenecía; la tocaba, la mostraba como presumir a un caballo y decidía qué sí y qué no, sin tomarle parecer. La presentó como su esposa, pidió una cabaña con establo independiente, agua caliente, comida, fuego y una mucama que acompañara y atendiera a su esposa en la cabaña que le habían otorgado. Antes de eso, se les había servido leche caliente, queso y pan.

Al principio el encargado del lugar pensó que no pedirían nada más que eso, pero Shaw dispuso que quería una vianda para su esposa mientras esperaba en el comedor por una ración doble que lo hizo sonreír; el muchacho no era grande, no obstante; pensó que sería capaz de comerse un ternero si se lo servían con aderezo.

— ¡Sí que tenías hambre muchacho –expresó con entusiasmo queriendo iniciar conversación!

— No calcule bien mis provisiones cuando prepare mi viaje –el hombre de barbas rojas y canas en las patillas, sonrió.

— Nadie lo hace cuando tiene a la mujer de sus anhelos al lado. He visto hombres llegar hasta sin calzado –se echó reír después de guiñarle un ojo con aire de complicidad como si fuera evidente ver algunas parejillas por ahí.

Shaw le sonrió, entre las cualidades que distinguían al joven era su gran capacidad para congeniar con las personas. Se hacía noche y quería llegar a la habitación que resguardaba a su mujer, el ambiente del lugar era estupendo. El encargado tenía al menos tres mozuelos para diversos servicios; uno se encargó de llevar al caballo, otro de preparar el hogar y el agua para la ducha de su esposa, uno muy rubio ayudaba en la cocina y otro muchacho rubio solo que un poco más joven, observaba al que debía ser sino su padre o su abuelo reír y susurrar alguna picardía; dos muchachas pelirrojas y una señora rubia regordeta. Le pareció que era una hermosa familia lo cual le hizo pensar si algún día podría rodearse de niños al lado de Coira.

Le pidió de favor al maduro pelirrojo la opción de tomar una cubeta de agua caliente para llevar al establo para adecentarse para su esposa, el hombre soltó una gran carcajada y dijo:

— Tu mujer ya te espera, a menos que le guste salir del agua convertida en pasa. Recuerdo cuando era tan joven como tú, y sabes –se acercó para susurrar- yo también me aseaba antes de entrar a la habitación porque una vez en ella me olvidaba de cualquier cosa que no fuera ponerle las manos a esa rubia que te preparó la comida.

No terminaba de hablar, cuando comenzó a reír echando la cabeza atrás al tiempo que mostraba alegremente los dientes...

Shaw se apresuró a limpiar y perfumar su cuerpo, sería la primera noche que dormiría dentro de una habitación en semanas, además que compartiría con Coira; porque no ser optimista y pensar que compartirían la cama. Sudar como lo había hecho él en pleno invierno desde que Coira fue llevada a descansar, no era tan ilógico. Sudó tanto que cuando camino rumbo al establo logró dominar su estado casi febril a razón de que el frío solo se percibió más severo. Sentía como cuando volvía a casa después de una batalla y sí, se sentía como cuando regresaba cargando en sus hombros la victoria.

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En cuanto Shaw terminó de hacer peticiones, sugerencias y de tocarla pudo sentirse medianamente cómoda, hubo deseado no ingerir bebida ni alimento alguno debido a los nervios que le torturaban pero en cuanto probó la leche se sintió dichosa sin contar que el queso sabía delicioso, extrañaba el sabor de hogar; aunque se negó a comer, todo el tiempo que les tomó llegar hasta aquella posada, lo hizo y, sin embargo; al probar aquel aperitivo su estómago reclamó por más, al menos por un instante porque en cuanto se vio caminando detrás de una joven entusiasta que le hacía preguntas, sobre el viaje, el clima y las novedades que pudiera aportar, Coira sintió que el estómago se le ponía de piedra, estaba segura que no era la calidad de los alimentos sino sus miedos apoderándose de ella.

Un McKenzie EnamoradoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora