IV

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Lalisa Wyllson había seguido las instrucciones de Rosé, y mientras más se adentraba a los nauseabundos callejones de Whitechapel el hedor a cebolla y desechos del lugar invadieron su olfato tanto como las angostas calles sin pavimentar, una inseguridad enorme la había acorralado, las calles ni siquiera tenían alumbrado más que la luna plateada que brilla en su máximo esplendor.

La joven burguesa siguió su camino, solo algunas personas deambulaban por ahí, pero nunca se inmutó a preguntar, ni siquiera a saludar tal cual las indicaciones que Rosé le había dado.

─ una moneda, por favor, una moneda para esta pobre anciana ─ una mujer se le apareció enfrente, Lisa casi gritó del susto al ver su rostro desfigurado por el enorme salpullido grotesco que tenía en su nariz y boca. Lisa no dijo nada, sólo se cubrió la boca y evadió a la mujer lo más pronto posible.

─ ¡Aguas! ─ gritó una mujer. La rubia apenas si logró mirar hacia arriba, cuando de un edificio largo y viejo, notó que una mujer abría su ventana y arrojaba los desechos de ésta. Lisa logró casi apartarse, pero la suciedad alcanzó a salpicar su vestidura.

La pobre mujer no soportaba más el asco al ver como de en medio de la calle corría agua tratada arrastrando todos los desechos que la gente tiraba.

Su corazón estaba impresionado quería dar con ése maldito lugar ya.

Cuando al fin creyó haber llegado al callejón de Whitechapel, notó que dicho lugar gozaba de una calle bastante amplia y en el medio una fuente, a los costados enormes edificios viejos, que parecía que en cualquier momento caerían, era bastante extenso...Lisa pasó saliva con fuerza y empezó a caminar para poder dar con el número exacto, pero entonces, el sonido de un fuerte relámpago la hizo brincar del susto, seguido de éste en cuestión de segundos comenzó a llover.

─ asombroso ─ murmuró. Lisa miró alrededor y se fue hacia la orilla de un edificio para cubrirse de la lluvia, cubrió su frente con una mano para que las gotas no cayeran en sus ojos, miró alrededor, todo se veía extremadamente oscuro, hasta que a lo lejos logró divisar la figura de una persona que estaba parada en el umbral de la luna, Lisa tragó en seco y decidió avanzar despacio, se extrañó del porqué una persona estaría en medio de la calle empapándose de ésa manera, pero no iba a detenerse a preguntar.

Lo curioso ocurrió cuando Lisa daba un paso la persona que estaba en la otra esquina también daba otro paso hacia su misma dirección. La rubia volvió a caminar cautelosamente para no arruinar sus zapatos con el agua sucia que la lluvia arrastraba, pero aquella sombra cada vez caminaba más aprisa. Pronto los pasos de Lisa ya no eran lentos, los había acelerado cuando sintió que aquella persona la estaba siguiendo, casi podía escuchar su respiración; miró hacia atrás sin dejar de caminar a velocidad, se sobresaltó cuando vio cómo un hombre encapuchado sacaba de su abrigo un cuchillo extenso de no al menos treinta centímetros de largo, Lisa lo notó por el brillo que éste reflejó con la luz de la Luna. Lisa se echó a correr casi chillando, confirmó que el hombre también estaba corriendo detrás ─ ¡Auxilio! ¡Socorro! ─ gritaba exasperada, pero nadie salía, no se veía ningun alma cerca.

A la pobre chica ya ni siquiera le importó la dirección, mucho menos que sus pies se mojaran con el agua sucia, el terror de ser perseguida por un encapuchado con una daga fueron motivos suficientes para correr como una desquiciada y chillar de la desesperación.

Lisa sin bajar la velocidad, corrió sin sentido pensando que aquel hombre en segundos podía atraparla, cuando vio que en ese largo pasillo había una angosta división entre dos edificios, tomó la decisión de entrar ahí... Vio largas y angostas puertas de madera y debajo de estas había luz, la rubia se lanzó a golpear las puertas, ─¡Abran! ¡Abran! ─ Lisa estaba chillando, al no obtener respuesta, tocó en la siguiente puerta ─ ¡Por favor! ¡Abran! ¡Ayúdenme! ─ pero nadie abría, miró por el pasillo y a lo lejos notó la figura del hombre que la había encontrado, soltó un grito estremecedor y siguió corriendo por su vida por el pasillo que cada vez se hacía más angosto y la figura del hombre más cerca. Por lo difícil que se volvió deambular por ese callejón Lisa no pudo evitar tropezarse rompiendo sus vestiduras y ensuciándose del fango, no se inmutó a mirar atrás sólo se levantó como pudo y corrió sin una dirección fija pudiendo sentir la respiración de aquel encapuchado.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora