XI

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Habían pasado dos días desde que Lisa y Jennie se habían visto, para ambas había parecido una eternidad, para Lisa una tortura porque se había sorprendido así misma pensar en la meretriz casi todo lo que duraba un día, y no solo pensaba en lo atractiva que le parecía, si no en las palabras que le había dicho, palabras que la hacía temblar y querer ser distinta; su manera de pensar le intrigaba, pero más aún le gustaba. Rosé incluso la había notado más solitaria y pensativa, y es que Lisa se había tomado el tiempo necesario para meditar los consejos y sugerencias de Jennie, había mucho sentido en lo que le decía, y darse cuenta poco a poco de que ella tenía razón le brindaba valor para empezar a tomar decisiones que la hacían sentirse más segura.

Justamente así lo comprobó un día viernes, cuando los señor y señora Wyllson, deciden ir al Circo de la Noche, que viajan desde Paris y en ésta ocasión visitaban Londres. A Adam no le gustaba el circo, pero quería quedar bien con el nuevo duque, el reconocido Sir Nicholas, que le fascinaba. Lisa en cambio, moría de curiosidad, nunca había ido a uno, pero le intrigaba bastante por qué todo mundo se emocionaba con dicha festividad.

En el camino hacia Marylebone, Adam no miraba a Lisa a los ojos, la rubia ni siquiera se inmutaba en tratarlo, de hecho, lo había evitado tanto como le fuera posible, pero su esposo de alguna manera que ya era extraña, no le había objetado ni reclamado nada, culpa quizás, pero a la pobre señora Wyllson ya no le importaba lo que su esposo sintiera, porque ahora su interés estaba en una preciosa meretriz.

El carruaje se estacionó en una explanada llena de tierra acondicionada para todos los demás carruajes. La función empezaba a las siete y terminaba a las nueve, pero Adam estaba media hora antes para poder entretenerse con alguna otra cosa de su interés. Cuando Lisa bajó del carruaje sus piernas la elevaron hacia la gran plaza llena carpas de colores rayados, luces titilantes de petróleo, y en el centro una pista circular que luego se cubría por las laterales de las carpas que descendían.

Había muchísima gente de clase alta paseándose por los alrededores, muchos vendedores ambulantes, todo tipo de comida extraña se vendía entre sabores dulces y amargos. Niños corriendo por los laterales de la explanada, alguno que otro policía ahuyentando a los "colados", un hombre en unos zancos que se paseaba por la gente para no tropezar, un malabarista lanzando bolas negras al aire y atrapándolas con las extremidades de su cuerpo, todo aquello era fascinante, a su derecha había una plataforma, donde una mujer contorsionista vestida de un traje negro y brilloso se doblaba de manera sobrehumana, Lisa se preguntaba "el cómo era posible lograr algo así", sus ojos se llenaron de asombro al contemplar tal resplandor en aquel caos artístico que la llenaban de emoción

─ ¡Adam! ─ Lisa giró al ver a Sir. Nicholas ir hacia ellos con los brazos tan amplios y una sonrisa peculiar, su esposo respondió al abrazo de su colega y luego éste miró a Lisa haciendo una leve reverencia ─ Señora Wyllson ─ dijo en tono suave.

─ Buenas tardes Sir Nicholas, me preguntaba el por qué su interés por citarnos aquí ─ añadió Lisa con una gentil sonrisa ─ y ahora que lo veo, me doy cuenta de que para ser un duque es bastante generoso en llenar el condado en un color folclórico y alegre. ─ dijo, Adam frunció el ceño soltando humo de la pipa que estaba encendiendo.

─ Sé que usted no es de aquí, siéntase contenta de ser parte de esto ─ dijo el hombre con una generosa sonrisa.

─ ¿Debo atribuirme tan gran mérito? ─ preguntaba Lisa señalándose así misma con su abanico. Adam realmente estaba anonadado "Esa no es la Lisa con la que se había casado, la Lisa que él conocía era tímida e insegura ¿De dónde le ha salido el valor a esta mujer de hablar así?" se cuestionaba.

─ En efecto, su amiga la respetable señora Smith, lo dijo la otra vez: ¡Pan y Circo al pueblo! ─ se mofó abriendo sus brazos soltando una carcajada señalando el lugar. Lisa fingió reírse, al parecer Nicholas se lo había tomado bastante literal, no sabiendo que Jennie era sarcástica en ése momento, el pobre hombre no había entendido ni una sola indirecta.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora