XVIII

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Antes del alba, la lluvia picaba la piel delicada de la rubia, no había parado de llover en todo el camino hacia su antiguo hogar, sin embargo, estaba absorta en sus pensamientos que no se había inmutado en el clima, en los malos tratos de su "madre" en la actitud indiferente de su esposo, ni siquiera en los ojos negros de una preciosa meretriz, porque en ese momento sus sentidos estaban concentrados en el bulto de tierra frente a ella con una lápida en forma de cruz y una diminuta campana hilada al interior del ataúd.

─ Suena, por favor, suena ─ murmuraba la rubia rogando a Dios que su padre siguiera vivo.

─ Lisa, es tarde tenemos que volver ─ la voz ronca de Adam allanó sus oídos en una áspera y odiosa, al principio no quiso alejarse de la tumba pero al ver la posesividad de su esposo no tuvo más remedio que seguirlo hasta estar dentro de su antigua casa.

─ Estoy tan devastada, Sir Manoban era un hombre excepcional, lo extrañaremos tanto ─ Lisa escuchó las palabras hipócritas de su madrastra, llevaba así un par de horas escuchándola hablar de lo mal que se sentía con lágrimas falsas en su rostro, Adam estaba reunido en la sala con ella consolando a su "suegra" junto a sus dos hermanas, pero nadie se había si quiera preocupado en el dolor que sentía la tailandesa, arrinconada en una esquina de la casa sin decir una sola palabra.

Lisa se levantó de su asiento sin hacer mucho ruido, pasó desapercibida de sus familiares y se fue directamente a la era la habitación de su difunto padre, ahí instintivamente llevó su mano al cuello, lo único que le quedaba de él ahora lo había perdido en un descuido, no vería más su rostro y no quería olvidarlo.

Se echó a llorar encima de la cama de su padre, una criada entró sin avisar, Lisa la observó detenidamente, ésta se llevaba los paños sucios, la antigua ropa, hasta que se detuvo mirando a la rubia que estaba devastada.

─ Señora Wyllson, tengo que limpiar ─ murmuró con timidez.

Lisa asintió levantándose de la cama, la criada distendió una sábana, inmediatamente Lisa observó que esta estaba completamente húmeda y con un color amarillento que desprendía un aroma putrefacto. Anonadada del estado de los aposentos, la rubia detuvo a la criada con una señal ─ ¿Cómo murió? ─ preguntó con unos ojos cargados de pavor, tratando de querer convencerse de que no murió como ella pensaba.

─ No sabemos exactamente cómo sucedió, nos dimos cuenta por el olor ─ comentó con la cabeza agachada.

─ "¿Nos dimos cuenta?" ─ repitió frunciendo el ceño ─ ¿Cómo que "nos dimos cuenta"? ─ enfatizó con dolor sujetando a la criada de los hombros ─ ¡Dime! ─ gritó ─ ¡¿No sabían que estaba muerto?! ─ espetó llorando zarandeando a la criada con desesperación.

─ Lo lamento, lo lamento─ sollozaba la criada intentando cubrir su rostro ─ La señora Manoban no nos permitía entrar ─ decía entre lágrimas ─ Decía que era peligroso si nos contagiábamos.

Lisa sintió que la habitación le daba vueltas, soltó a la criada lentamente, inmersa de las emociones que tenía en ella sujetó su vestido con una mano y salió de la habitación enérgicamente.

─ En un par de días firmaré los papeles de sus propiedades, tengo entendido que tienen una casa en Brighton ¿cierto? ─ preguntó Adam con una taza de té en sus manos.

La señora Manoban asintió bajando su taza ─ Mis hijas se quedarán ahí, espero que pronto sean desposadas, yo me quedaré con los terrenos de aquí y la casa.

Adam soltó una leve risita ─ No tiene herederos varones ─ se mofó. Enseguida se calló, sus ojos asustados se desviaron hacia los de la rubia, que entraba a la sala con mucha prepotencia. ─ ¿Lisa? ─ cuestionó al verla con enfado.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora