XXIII

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No había pasado mucho tiempo desde que Irene dejó a Jennie sumida en sus pensamientos, ni siquiera la taza de té que sostenía en sus manos lograba calmar sus nervios.

"Ya lo he hecho, miles de veces, es algo bastante sencillo" pensaba... "Será un problema, si muere sería volver al principio de todo".

Así sus ojos marrones se dilataban, poco habían parpadeado, el calor de su cuerpo ya la había abandonado. Pronto, los recuerdos de Lisa la inundaron, su rostro inocente la primera vez que la vio huyendo de entre los callejones, su incesable petición de querer ser madre, su arrogancia aristócrata que no era más que un pilar de dulzura y cariño... Era perderla a ella o que perdiera al bebé.

Basta solo una dosis fuerte de aquella hierba única y exclusiva desde el oriente, junto a otras especias que eran necesarias para así hacer un fuerte brebaje, que ella recomendaba a las mujeres que querían abortar instantáneamente.

Como en hipnosis se levantó de su cama y comenzó a preparar el brebaje, tal vez no era la mejor solución, pero era peor si Irene hablaba.

Pronto, fuertes golpes llamaron su atención, haciendo que Jennie temblara de las manos dejando caer la piedra con la que molía las especias.

Titubeó un poco al principio, pero al final se dedicó por abrir la puerta. Al hacerlo, sus ojos se agrandaron al ver a la australiana con un rostro lleno de apuración ─ ¿Rosé? ─ preguntó con extrañeza ─ ¿Qué sucede?

─ Es Lisa, ella me pidió que te buscara ─ decía la criada mirando alrededor.

─ ¿Cómo encontraste mi dirección? ─ preguntó sosteniendo la puerta con firmeza para impedir que la criada entrara.

─ Jisoo me dijo que vivías aquí, fui a buscarte al burdel, es por eso que me tardé... ¿puedo pasar? ─ preguntó intentando mirar al interior.

─ No ─ dijo al instante ─ Es que, está Nini mi gato y dejó un desastre por todo el departamento, aún no lo he limpiado ─ decía nerviosa.

Rosé parecía no creerle, sin embargo, hizo caso omiso extendiendo la carta ─ Ella se veía bastante preocupada, me pidió que te diera esto.

Jennie tomó la carta, Rosé esperó para que ésta la abriese, pero la meretriz era tan celosa en esas cosas que decidió simplemente agradecer a la criada y cerrar la puerta abruptamente dejando a la otra invadida de extrañeza.

Como era común Londres siempre amanecía en una mañana meramente blanca, pero ése día en especial, la neblina era tanta que muy a penas podía verse el traje negro del señor Adam que salía de su casa desde temprano mientras el cochero subía su equipaje al carruaje.

Lisa lo observó colocarse el sombrero, mirar su reloj de bolsillo como era costumbre, fumar de su pipa para luego echar un vistazo desde abajo hacia la ventana de su esposa.

─ Todo está listo, señor ─ avisó el cochero.

Adam guardó su reloj y asintió repetidas veces ─ La salud de mi hijo está en ésa mujer, cuídela con su propia vida ─ dijo a la criada antes de subir al coche.

Rosé simplemente asintió y se apartó para que los caballos arrearan el carruaje y éste saliera de la gran casa.

La rubia volvió a sentarse en su cama, no paraba de morderse las uñas desesperada de que Jennie no apareciera anoche, aún tenía su bata blanca y el cabello suelto.

Se levantó entonces dirigiéndose hacia el enorme espejo de su habitación "cómo no me di cuenta de que estaba embarazada" pensó tentando su vientre, al instante se arremangó su bata dejando su vientre desnudo, se puso de lado y se rio al darse cuenta de que ella era tan delgada que su embarazo si apenas se notaba "lo lograste Jennie" pensó tocando su vientre.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora