XIV

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La chica australiana vertía sobre una fina taza de porcelana un poco de té, lo había preparado especialmente para la señora Wyllson, que ahora reposaba en su cama cubierta con algunas sábanas y estornudando imparablemente.

─ Insisto en que nunca debió haber ido a ése burdel, jamás se habría enfermado como lo está ahora ─ la regañó.

Lisa muy apenas si podía hablar, lo único que quería en ese momento era dormir y soñar con su amada meretriz ─ ¿Entregaste lo que te pedí? ─ preguntó con mucho esfuerzo.

─ Por supuesto, no fue tan difícil como creí, después de todo cien libras para sólo un niño me parece que fue demasiado para un simple favor ─ decía Rosé entregándole la taza a la burguesa, Lisa bebió un poco de aquel té, mientras Rosé la miraba fijamente. ─ Señora Wyllson, sé que no es de mi incumbencia entrometerme en sus asuntos personales, pero...─ decía mordiéndose los labios ─... creo que en cierto modo estoy obligada a preguntar, si me lo permite.

Lisa frunció el ceño, y asintió colocando la taza en el buró de alado ─ Dime. ─ pidió tiernamente.

Rosé titubeó un poco, hasta que finalmente preguntó débilmente ─ ¿Le ocurre algo especial con la señorita Kim?

Lisa se sonrojó más de la cuenta, casi sus ojos se salen de sus cuencas, no quería dar detalles, pero temía que cualquiera pudiera sospechar en lo más mínimo ─ No entiendo a qué te refieres...─ fingió. ─ Es decir, la señorita Kim ha sido sin duda un gran apoyo para mí, en cierto modo se ha ganado mi respeto. Es todo─ se justificó volviendo a tomar la taza.

─ ¿Es por eso que le obsequió la caperuza? ¿considera que fue un pago justo? Porque de ser así ya debe estar embarazada...

─ Rosé─ la interrumpió Lisa ─ Ahora no tengo mucho ánimo de hablar, sólo quiero descansar ¿sí? ─ dijo un tanto irritada.

La criada asintió repetidas veces, se levantó de la cama y empezó a acomodar las almohadas para que Lisa pudiera recostarse ─ ¿Sabe que es lo mejor de todo esto? ─ preguntó.

Lisa solo la miró.

─ Que ahora no tendrá que fingir estar enferma frente al señor Wyllson ─ dijo riendo bajito.

Lisa esbozó una media sonrisa un tanto débil colocándose de lado, mientras Rosé salía de su habitación. ─ Descanse señora Wyllson, si necesita algo por favor toque la campanilla ─ indicó.

La criada estaba en la cocina lavando algunos trastes que había usado para el té, eran ya las doce de la noche y la mayoría de los criados descansaban en su dormitorio y otros estaban en sus casas.

Pronto sus pensamientos se vieron absortos por los ojos rasgados de un surcoreana, "¿será que la señora Lisa está enamorada de una mujer?" se preguntaba "No, porque de ser así estaría metida en un enorme problema", incluso más que ella si se enteraran de que también desarrollaba algunos sentimientos a una cortesana.

Sin embargo, la sombra que trasminó la ventana de la cocina la hizo dar un grito dejando caer un recipiente de porcelana al suelo haciéndose añicos al instante. Rosé no se inmutó en levantar los restos, al contrario, fue por un cuchillo de la cocina y se asomó titubeando por la puerta que daba al patio de servicio, intentó divisar si había algún ladrón merodeando por ahí, o quizá algún criado, pero era imposible porque para salir al patio de servicio a fuerza tenían que pasar por la cocina.

─ ¿Rosé?

La criada gritó alterada al sentir una cálida mano posarse sobre su hombro, se giró con el cuchillo apuntando, pero bajó la guardia cuando vio a Jennie tras de ella asustada por el reflejo del cuchillo filoso.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora