CAPÍTULO FINAL

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Cuatro años después...

Aquel día, era una mañana maravillosa, el sol salía como la caricia tenue de la recién llegada primavera. Una bandada de pajarillos saludó con sus gorjeos a una pequeña de cabello dorado y ojos grises, que refrescaba sus piececitos en el angosto arroyo que provenía desde las colinas, haciendo un puro y tranquilo recorrido cerca de aquella provincia.

Unas tierras fértiles al sur de Escocia, de al menos de diez hectáreas, donde el nacimiento del césped apenas si dibujaba la tierra de un verde tan vivo que incluso el aroma era formidable.

La pequeña Rosé miraba sus pies bajo el agua, soltando pequeñas carcajadas de las cosquillas que le ofrecían los pequeños pececitos que se estancaban de entre las piedras.

─ ¡Señora Kim! ¡Señora Kim! ─ los gritos de un joven de apenas unos quince años llamaron la atención de una hermosa mujer de ya 29 años, tan bien proporcionada que la noble brisa de la primavera podía contornear bien sus líneas abrazando aquel frondoso vestido blanco de tela fina que se mecía junto a su cabello largo y negro.

─ ¡Por aquí! ─ gritó levantando su mano.

El muchacho portaba entonces un overol, con una camisa de fondo de algodón blanco y una boina que le daba cierta impresión de ya un jovencito galante, sin mencionar que ahora lucía unos hermosos zapatos.

─ Señora Kim ─ jadeó tomando un poco de aire apoyado en sus rodillas, se detuvo en la orilla del arroyo y sonrió hacia la surcoreana que se divertía sosteniendo las manitas de la niña que estaba junto a ella. ─ Llegó un carruaje con cosas dentro, dice Michael que viene de su parte. ¿Ordenó algo?

─ No es de tu incumbencia, John ─ decía sosteniendo a la niña desde la cintura para salir del agua.

─ No─ se lamentaba la pequeña en tono triste.

─ ¿No? ¿No quieres dejar el agua? ¿No quieres ir con mami Lisa? ─ preguntaba haciendo un puchero hacia la pequeña

─ Quiero jugar ─ decía frunciendo sus labios.

─ Sí, yo sé que quieres jugar, pero ahora tenemos que ir a casa a ver todos los regalos que nos trajeron ¿quieres verlos, conmigo?

La niña jugaba con el cabello de la surcoreana, y al oír la palabra "regalos" una sonrisa se dibujó en su rostro esbozando un gran "Si" que dejaba ver sus pequeños dientes abultando sus mejillas como si fuera la propia Lisa en pequeña.

Caminaron al menos unos cuantos metros, cuando luego de cruzar un hermoso sendero de pastizales, divisaron a lo lejos una enorme casa, una propiedad antigua que había pertenecido a unos ingleses que vendieron su propiedad cuando volvieron a sus tierras, misma casa que contaba con una amplia terraza y un jardín espectacular inspirada a un estilo greco-romano, de enormes y múltiples ventanas, con recámaras suficientes para todos los empleados de esa tierra.

Cuando Jennie entró a la casa, vio a varios hombres entrar y salir con cajas en sus brazos, que descargaban todo en el recibidor.

─ ¿Tantas cosas? ─ preguntó la surcoreana sorprendida.

─ ¿tantas cosas? ─ la imitó la pequeña haciendo un ademán con sus manos.

─ Es todo lo que me pediste, preciosa ─ pronto otra voz se escuchó al fondo. Jennie se giró viendo a Michael recargado sobre el marco de la puerta con una gomosa sonrisa socarrona.

─ Te he repetido mil veces que no me digas así ─ gruñó la mujer arqueando una ceja.

─ No te lo decía a ti, se lo decía a una pequeña más preciosa que su madre ¿cierto? ─ sonrió colocándose de cuclillas, mientras la rubia lo miraba con desconfianza cubriéndose detrás de la mayor.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora