XIII

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La blanca mañana londinense iluminó la hermosa y lujosa habitación de la señora Wyllson, la noche había sido tan perfecta para la chica que se encontraba muy profundamente dormida; nunca en su vida había tenido el placer de dormir tan cómodamente... Hasta que su sueño fue interrumpido por unos fuertes golpes.

─ ¡Lisa! ─ nuevamente los golpes se hicieron más estrepitosos ─ ¡Lisa! ─ gritó el hombre tras la puerta.

Rosé abrió sus ojos abruptamente, su corazón le latió a mil por hora cuando cayó en la cuenta de que se había quedado dormida esperando a su jefa toda la noche, y que peor aún, la rubia no estaba y su esposo la llamaba impetuosamente.

─ No puede ser─ murmuró asustada, los golpes otra vez retumbaron ─ no, no, no...─ se removió sobre la cama, asustada de no saber qué hacer, se levantó corriendo de un lado a otro mientras pensaba qué hacer.

─ ¡Lisa! ─ gritó Adam ─ Tengo que ir a la fundidora ¿Te sientes bien? ─ preguntó.

─ Maldición, maldición ─ sollozaba la criada apurada. Hasta que se detuvo mirando unas tijeras sobre el tocar de Lisa, pasó saliva con fuerza, pensando en lo que debía hacer... Corrió a por las tijeras, notó el filo de ésta y la posó sobre su mano deslizándola velozmente ─ ah...─ se quejó de dolor cuando la sangre empezó a salir.

─ ¿Lisa? ─ avisó su esposo moviendo la perilla de la puerta.

Rosé brincó rápidamente hacia la cama de Lisa y se cubrió con todas las sabanas mirando hacia la ventana con su respiración jadeante cuando escuchó los pasos de Adam dentro de la habitación.

Adam miró el cuerpo abultado bajo las sábanas, frunció el ceño extrañado, algo de lástima pudo sentir, nunca veía a su esposa cuando estaba "enferma" pero hoy no pudo evitar notar que sin duda la rubia se sentía bastante mal, ya que estas horas "enferma o no" Lisa siempre estaba despierta.

Adam se acercó a la cama, sacó de su bolsillo un sobre con dinero dentro, era el gasto de la casa y también el dinero que le daba su esposa, después de todo se hacía cargo, lo colocó sobre la mesita de alado y soltó un suspiro, la noche anterior había reconsiderado la jovialidad con la que Lisa se expresaba, su hermosa inocencia y amabilidad lo había hecho reaccionar, su esposa era una mujer un tanto distinta, los celos que había sentido con el duque devorándola con su mirada lo habían hecho reaccionar, su esposa no era un mal partido después de todo.

No obstante, elevó su mano sobre el hombro de "su esposa" y acarició lentamente, no salían palabras de su interior, como si "un lo siento" se comprimiera en su orgullo. Rosé casi se vomita del susto, apretó sus ojos rezando porque no descubriera las sábanas, Adam se sintió tentado a hacerlo, pero se arrepintió al instante, levantándose abruptamente de la cama.

La criada escuchó pasos alejarse, se descubrió las sábanas, miró su mano y se dio cuenta que la sangre seguía imparable, miró a la salida de la habitación y comenzó a manchar las sábanas desesperadamente, envolvió algunas sobre su mano y salió de la habitación cerrando la puerta sin darse cuenta que su cuerpo había chocado contra el de Adam

─ ¿Señor Wyllson? ─ preguntó asustada. El hombre no respondió, miró hacia la habitación, pero Rosé le obstruyó el paso ─ Lo lamento no puede pasar, la señora Wyllson se siente muy mal, me ha pedido que lleve sus sábanas llenas de sangre a lavar... ─ comentó enseñándole a Adam las sábanas sucias, el hombre cerró los ojos disgustado.

─ Si yo solo...iba...a ─ titubeó, planeaba volver y tal vez poderle decir a su esposa algo antes de irse, pero sacudió su cabeza al darse cuenta que no debía darle explicaciones a una criada. ─ él dinero ─ dijo rápidamente ─ le iba a decir que le dejé algo en su mesa, es todo.

LA MERETRIZ - JENLISADonde viven las historias. Descúbrelo ahora